9 nov 11

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de nuestro puño y letra
Una invitación trascendental
por Carlos Rey

La mujer salió de su casa y vio que dos ancianos y una anciana estaban sentados en el jardín del frente. Como no los reconoció, ella les dijo:

—Me parece que no los conozco a ustedes, pero seguramente tienen hambre. ¿Por qué no entran y me permiten servirles algo de comer?

—¿Se encuentra tu esposo? —preguntó uno de los ancianos.

—No —respondió la mujer—. Acaba de salir.

—Entonces no podemos entrar.

Esa noche, cuando llegó su esposo, ella le contó lo que había pasado.

—Ve y diles que ya llegué, y vuelve a invitarles a entrar.

La mujer salió y los invitó a que entraran.

—Nosotros no entramos juntos en ninguna casa —le dijo el mismo anciano.

—¿Y eso por qué? —inquirió ella.

Señalando primero al otro anciano, y luego a la anciana, el hombre explicó:

—Él se llama Éxito, y ella, Riqueza. El nombre mío es Amor —continuó—. Ahora ve y decide con tu esposo a cuál de los tres quieren en su hogar.

La mujer fue y le comunicó a su esposo lo que ellos le habían dicho.

¡Qué bueno! —exclamó contento su esposo—. Siendo así, invitemos a que pase Riqueza. ¡Que entre y colme de riquezas nuestro hogar!

—¿Por qué no invitamos más bien a Éxito? —repuso su esposa— ¿Acaso no es eso lo que hemos venido buscando desde que nos casamos?

Ante esto su nuera, que había oído todo desde el otro lado de la casa, propuso:

—¿No sería mejor invitar a Amor? Así nuestro hogar estaría lleno de amor y comprensión.

—Nuestra nuera tiene razón —reflexionó el esposo—. Invitemos a Amor a que se quede con nosotros.

Así que salió con su esposa, saludó a los tres ancianos y le dio a conocer su decisión a Amor.

—Entre usted, por favor, y sea nuestro invitado especial.

Amor se puso de pie y se dirigió a la puerta de la casa, y Éxito y Riqueza lo siguieron. Sorprendida, la esposa les dijo a los dos acompañantes:

—Nosotros sólo invitamos a Amor; ¿por qué lo están siguiendo ustedes?

Riqueza contestó:

—Si me hubieran invitado a mí, ni Amor ni Éxito habrían entrado.

—Y si me hubieran invitado a mí —afirmó Éxito—, no habrían entrado ni Amor ni Riqueza. Pero invitaron a Amor, y nosotros vamos adondequiera que vaya él. Porque donde hay amor, allí también hay éxito y riqueza.

Aunque muchos no lo crean, el éxito y la riqueza a la que se refiere la moraleja de esta fábula no son la fama y la fortuna. Son, más bien, la ganancia y la abundancia a las que nos lleva el amor de Dios.1 Pues su Hijo Jesucristo, que disfrutaba de suma gloria y riqueza, nos amó tanto que por nuestra causa abandonó la gloria y se hizo pobre, para que mediante su pobreza y su sacrificio nosotros disfrutáramos de la riqueza espiritual y de la gloria divina al hacerlo nuestro invitado especial.2


1 Mt 6:25‑33; 16:26‑27; Jn 10:10; Fil 3:7‑14
2 Fil 2:5‑11; 2Co 8:9; Jn 1:14; 3:16; 17:5,22,24; Hch 7:55; Ro 2:7‑10; 5:2; 8:17‑18; 9:23‑24; 1Co 2:7‑8; 2Co 3:18; 4:6,17; Col 1:27; 3:4; Heb 2:9‑10; 1P 4:13; 5:4,10