23 nov 11

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de nuestro puño y letra
Huellas históricas
por Carlos Rey

Desde 1540 hasta 1821 los estados de California, Arizona, Nuevo México, Tejas, Nevada, Utah y una buena parte de Colorado, que actualmente forman parte de los Estados Unidos de América, formaban parte de la gran colonia española de Nueva España. No fue sino hasta 1821 que aquel vasto territorio recibió oficialmente el nombre de México, pues en esa fecha la hija, la Nueva España, se independizó de la madre, España. Durante casi tres siglos de dominio, España solamente logró establecer colonias permamentes en la costa de California, el sur de Arizona, el valle del actual Río Bravo en Nuevo México, y en Tejas. No obstante, de esos años de dominio español han sobrevivido en el suroeste norteamericano diversos vestigios de la cultura española. «Esta es una huella —comenta el autor español Darío Fernández Flores— que nada ni nadie podrá borrar, ya que la historia no puede erradicarse, aunque demasiado a menudo haya quienes deseen olvidarla.»1

Así como no se puede borrar la huella histórica que dejaron nuestros antepasados, tampoco se pueden borrar las huellas que vamos dejando cada uno de nosotros en particular. Sin embargo, eso no impide que procuremos borrarlas, sobre todo las huellas de las que nos sentimos avergonzados. En la actualidad vemos cómo los actos ocultos del pasado se descubren y hacen pasar vergüenzas a toda una nación. Pero esto no es nada nuevo; por el contrario, es tan antiguo que se remonta a los tiempos bíblicos de la Tierra Prometida.

Uno de los personajes más interesantes de aquel entonces era Rahab. Siendo prostituta en Jericó, ella optó por no dejar al descubierto a los espías israelitas que se hospedaron en su casa, y a cambio de su discreción y protección, los israelitas, cuando conquistaron la ciudad, le salvaron la vida a ella y a su familia. Posteriormente Rahab cambió su estilo de vida ¡y llegó hasta a figurar en el linaje del Mesías!2 Sin embargo, unos mil quinientos años después el autor de la Carta a los Hebreos optó por dejar al descubierto la vida pasada de ella. ¡Con decir que la calificó textualmente como «la prostituta Rahab»!3

¿A qué viene todo esto? A recordarnos que cuando le confesamos a Dios nuestros pecados del ayer, y le pedimos perdón, Dios no solamente los perdona sino que los borra por completo. Y en lugar de echarnos en cara esos pecados, los echa al mar del olvido. ¡Pero la gente no, la sociedad tampoco, y la historia mucho menos! Más vale que echemos mano del borrador permanente y del olvido intencional de Dios. No hay otro modo de erradicar las huellas de pecado que dejamos a nuestro paso por el mundo.


1 Darío Fernández Flores, The Spanish Heritage in the United States (Madrid, 1965), p. 179, citado en David Weber, ed., El México perdido (México: Secretaría de Educación Pública, Ediciones Oasis, 1976), pp. 15-16.
2 Jos 2:1—6:25; Rt 4:20‑22; Mt 1:5
3 Heb 11:31