11 jun 04

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Morir del mismo modo
por el Hermano Pablo

El joven de diecisiete años bebió varias cervezas. Quería darse ánimo. Miró el reloj —eran las doce de la noche—, y se acostó en medio de la calle. Un vehículo dio vuelta a la esquina a gran velocidad, y pasó sobre su cuerpo.

Quince días antes, allí mismo en Fresno, California, ese mismo joven, Leonardo Arias, había pasado con su auto por encima del cuerpo de Tomás Tapia, amigo suyo. Ahora, acosado por la conciencia, y con la razón y el sentido perdidos, el joven Leonardo quiso morir de la misma manera como él había matado a su amigo.

«Quizá dentro de poco —dijo la policía— tengamos otro caso igual en la ciudad. Y la rueda seguirá girando.»

Fue un caso extraño el de este adolescente que por razones de rivalidad y celos mató a su amigo dándole un golpe en la cabeza, dejándolo inconsciente y luego arrastrándolo a la mitad de la calle para echarle el auto encima.

Dos semanas más tarde, atormentado por el remordimiento, el joven creyó que debía morir del mismo modo.

El sentido de crimen y castigo no ha desaparecido de la conciencia de los jóvenes. Ellos creen, por insensibles que sean, que debe castigarse al culpable. Pero al mismo tiempo existe un gran descreimiento, una falta de sentido moral, que llega al cinismo y llena el corazón y el alma de los adolescentes. Con un mínimo de sentido moral cristiano, Leonardo no hubiera matado a Tomás ni se hubiera suicidado.

¿Qué es lo que necesitan nuestros jóvenes? Necesitan ese sentido moral cristiano. ¿Dónde pueden hallarlo? ¿Quién se lo puede enseñar? Lamentablemente, muchas de las religiones no tienen la respuesta, porque le dedican más tiempo a la preocupación política que a procurar una experiencia espiritual profunda.

El sentido moral cristiano, que puede salvar de tantos abismos a la juventud, se encuentra en Jesucristo. Cristo es la luz del mundo, el pan de vida y la fuente de toda regeneración moral y espiritual. Él es la respuesta final a la mayor tragedia humana: el pecado y sus consecuencias.