23 oct 04

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Una broma de mal gusto
por el Hermano Pablo

La mujer escribió la nota. La escribió con buena letra, con coquetería femenina, con un dejo de ironía y de burla. «Tus besos son mejores que los de él... me gustaste desde el primer día en que te vi», decía en la nota Ángela Campbell, bella y joven mujer de veintitrés años de edad.

Dejó la nota donde su esposo podía encontrarla, y él, en efecto, la encontró.

Cuando el decepcionado hombre la leyó, su primera reacción fue beber hasta emborracharse. Luego fue a buscar a su amigo Daniel, presunto amante de su esposa, y lo mató de un solo golpe. Pero todo había sido una broma de Ángela. Una broma que ella supuso ser chistosa. Desgraciadamente los celos, el resentimiento y el odio cambiaron la broma en tragedia.

El buen humor es algo sano. Practicarlo en nuestra vida nos mejora la salud física y mental. El buen humor alivia tensiones, salva situaciones difíciles y ayuda a sobrellevar momentos de prueba. Pero el humor es arma de dos filos, y puede, a veces, provocar dramas y tragedias, como en este caso.

Por otra parte, no hay esposo que valga que acepte con gracia la infidelidad de su esposa. Quizá el mayor dolor que pueda sufrir un hombre enamorado, un hombre que de veras ama a su esposa, es la infidelidad de ella. De la misma manera, el mayor dolor de la esposa es el adulterio del esposo.

La infidelidad conyugal es tan terrible, tan despiadada y cruel que no debiera mencionarse ni en broma. Es la quiebra del matrimonio, la ruina del hogar, la bancarrota de la felicidad familiar, la destrucción de la sociedad. La infidelidad de cualquiera de los cónyuges es un pecado cósmico que ofende a Dios mismo.

El apóstol Pablo deja plasmado en papel y tinta lo horrible de la infidelidad conyugal con las siguientes palabras: «Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual» (Efesios 5:3).

La infidelidad conyugal destruye no sólo el matrimonio sino toda la familia. La mujer engañada no quiere ni seguir viviendo. El hombre engañado se vuelve loco. Los niños, defraudados por la infidelidad de cualquiera de los padres, quedan a la deriva, sin rumbo en esta vida. Y los cónyuges mismos que han sido infieles quedan emocional y espiritualmente destruidos.

Salvemos nuestro matrimonio y nuestra familia. Pidámosle a Cristo que mantenga limpio nuestro corazón y pura nuestra relación conyugal.