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Eran quince hombres, quince peruanos que vivían cómodamente en la ciudad de México. Cada semana iban a los bancos y agencias a enviar dólares a sus familias en el Perú. Las familias recibían esos dólares y aliviaban con ellos su situación económica. Pero los quince peruanos no eran comerciantes, ni eran financistas, ni eran profesionales de la ciencia, o la cultura o el arte. Eran todos asaltantes de bancos. Cometieron dieciocho atracos en diferentes estados de México durante el espacio de dos años. Cuando fueron arrestados, dijeron que asaltaban bancos «para ayudar a sus familias». Por supuesto, la policía mexicana no tuvo en cuenta ese detalle. Buen deseo es el de ayudar a la familia. Hay muchísima gente que sale de su país, especialmente si es un país que sufre el hambre del caballo negro del Apocalipsis, y cruza fronteras en busca de trabajo, de mejores medios de vida, y de dólares que sirvan para ayudar a sus seres amados. Pero ese buen deseo debe ser sustentado con medios honrados de ganarse la vida. La delincuencia nunca será un medio apropiado para ganar dinero. Puede, por un tiempo, quizá, proveer abundancia de dinero. Pero la policía no se duerme, y la justicia siempre tiene su espada en alto. Tarde o temprano, el que mal anda, mal acaba, y luego vienen el llanto y el crujir de dientes. ¿Qué es lo que hace que un hombre joven, que desea ayudar a su familia, tome el camino errado en lugar del correcto? Por un lado está el joven que va a otro país, ingresa en la universidad para seguir una carrera, se gradúa con título, adquiere una profesión y regresa a su país para ser de ayuda positiva a su familia, mientras que por otro tenemos a un joven que se dedica a asaltar bancos. Es difícil saber lo que pasa por la mente y el corazón de la persona ante quien se abren los dos caminos de la vida: el ancho y malo, y el angosto y bueno. Hay jóvenes que durante toda su vida conservan los ideales morales que aprendieron en el hogar. Otros, lamentablemente, siguen el camino opuesto. Podrá decirse que influye el medio ambiente, o la educación, o los genes, o la composición psíquica, o los traumas de la infancia, pero lo cierto es que toda persona puede optar por el camino bueno y andar en él toda su vida. Jesucristo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). |