29 ago 05

imprimir
Demasiado pronto
por el Hermano Pablo

El jinete llegó a la orilla del río. Estaba cansado. Su caballo también estaba cansado. Por detrás tenía la batalla; por delante, un largo camino hasta el palacio. Con un hondo suspiro taloneó al caballo. El animal entró al agua, pero resbaló. El jinete, con su pesada armadura, se hundió en el agua, y ahí mismo se ahogó.

¿Quién era ese jinete? Se llamaba Luis II, rey de Hungría. Fue derrotado en 1526 por Solimán el Magnífico en la batalla de Mohac. Al regresar a su palacio, sufrió la caída en el río, y su pesada armadura lo mató. Murió demasiado pronto, a escasos veinte años de edad.

La historia ha recogido esta triste vida de Luis II de Hungría y la ha señalado con la frase «demasiado pronto». Nació demasiado pronto, a los siete meses de gestación. Lo coronaron rey demasiado pronto, a los diez años de edad. Se casó demasiado pronto, a los quince años, con una princesa austriaca. Y murió demasiado pronto, a los veinte años, cuando recién comenzaba a disfrutar del trono y de la vida.

Esta frase histórica, «demasiado pronto», se adapta a muchos jóvenes del día de hoy. Demasiado pronto comienzan con el cigarrillo, la marihuana y la droga. Demasiado pronto entran a la violencia en pandillas sin dirección. Demasiado pronto toman contacto con la vida sensual a través de la televisión. Demasiado pronto pierden la inocencia y la castidad.

Demasiado pronto adquieren enfermedades venéreas. Demasiado pronto se inician en el delito. Demasiado pronto, a los quince o dieciséis años, van a la cárcel. Demasiado pronto quedan arruinados, y demasiado pronto, antes de los cuarenta y cinco años de edad, mueren.

Todo en la sociedad actual —esta sociedad occidental, materialista, cientificista y libertina— se hace a la carrera. Los autos corren cada vez con más velocidad, los aviones vuelan cada vez con más rapidez, las comunicaciones se establecen cada vez más aprisa, y la vida se consume cada vez más vertiginosamente.

Dios nunca quiso que su creación llevara una vida tan acelerada. Tanto es así que Él está dispuesto a cambiar el ritmo de vida de todo el que se lo pida. Si hacemos de Cristo el Maestro de nuestra vida, todo en ella seguirá un ritmo lógico, pausado, seguro y firme. Cristo desea ser nuestro Señor.