19 feb 05

imprimir
Dos tragedias parecidas: dos causas iguales
por el Hermano Pablo

Era una mezcla explosiva hasta para un adulto: whisky escocés y brandy. Una mezcla embriagante, aun para bebedores inveterados. Y esa mezcla, en cantidad de tres cuartos de litro, la bebió el pequeño Raymond Griffin, de cinco años de edad. ¿Quién se la dio? Tony Jimerson, de veintiún años, amigo de la madre de Raymond. Tony quería estar solo con la mujer. El niño, que les era un estorbo, murió de aguda intoxicación alcohólica.

Era una caja de galletas de chocolate. Una caja de dos kilos. Y esos dos kilos de galletas se los comió la pequeña Myra Griffin, de tres años de edad. La niña murió asfixiada, teniendo boca, tráquea y estómago repletos de galletas. ¿Quién se las dio? Su propia madre, Marjorie, para poder estar a solas con su novio. Dos tragedias parecidas. Dos causas iguales.

En este mundo donde todo se devalúa rápidamente los niños están perdiendo valor a velocidad pasmosa. Mujeres jóvenes con hijos pequeños se separan de su marido para juntarse en seguida con su amante. El amante no está interesado en niños. La madre quiere estar libre con su hombre.

La solución entonces es eliminar a los hijos de alguna manera y simular un accidente. Porque ¿qué vale un niño, incluso un hijo salido de las mismas entrañas, para estas mujeres jóvenes, bonitas, desprejuiciadas y liberales? No vale nada. Si se convierten en un estorbo entre ellas y el amante, antes que perder al amante, hay que eliminar al niño.

Con el aborto, que corta la primera punta de la vida, la eutanasia, que da cuenta de la punta final, y el infanticidio, que secciona la vida misma como una navaja secciona una yugular, pocas esperanzas quedan. ¿No sería mejor una guerra nuclear que acabara con todos de una vez?

Estos pensamientos son sombríos, pero hay una salida para la humanidad. Hay una vía de escape. Hay una puerta por la cual pasar y salir a un ambiente purificado, a una luz clara, a cielos azules, a una esperanza segura.

Esa puerta es Cristo. Él tiene poder para cambiar la conciencia, la vida y el corazón. Tiene fuerza para transformar a cada persona y librarla de la descomposición total. Y tiene compasión para este mundo que se precipita vertiginosamente hacia la destrucción. Entreguémosle nuestra vida a Cristo. En Él existe la seguridad y la paz que tanto necesitamos.