2 mar 05

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«Bosque de muertos»
por el Hermano Pablo

Primero hallaron una sola sepultura: una tumba sin cruz, sin flores, sin nombre, sin fecha. Dentro de la tumba había huesos carcomidos de un ser humano que vivió, sintió, temió y soñó. Después encontraron otra tumba, otra y otra. Ese bosque de Alemania Oriental estaba lleno de sepulturas, todas tumbas sin cruz, sin flores, sin nombres y sin fechas.

«Hay miles de estas tumbas —informó Dieter Krueger, historiador alemán—. Son las víctimas del terror stalinista de los años de la posguerra. Este es un verdadero “bosque de muertos”.»

«Bosque de muertos» fue el nombre que le puso el historiador Krueger a ese bosque alemán que se convirtió en cementerio. Eran miles de muertos que habían sido ejecutados en una cámara de gas, o por un pelotón de fusilamiento o de un tiro en la nuca. Su único delito: ser sospechosos. La idea era implicarlos en cualquier cosa con tal de eliminarlos.

Como este hay muchos «bosques de muertos» diseminados por esa Europa que por dos veces en el siglo veinte se involucró en una guerra mundial y soltó los jinetes del Apocalipsis para que sembraran violencia, destrucción, hambre y muerte.

Sin embargo, la frase «bosque de muertos» tiene también otras aplicaciones. No designa solamente árboles. Tampoco define tumbas únicamente. Un salón de baile, donde suena la música estridente del rock, donde se ingieren el licor y el crack, y donde los jóvenes se aturden hasta no ser más que cuerpos frenéticos, ¿acaso no merece también el calificativo «bosque de muertos»?

Una familia compuesta de padre, madre e hijos, donde los padres llevan vidas egoístas e indiferentes, donde no hay amor ni cuidado, donde no hay reverencia ni temor de Dios, donde campean el vicio, la desobediencia y la infidelidad, ¿no es también un pequeño «bosque de muertos»?

Dondequiera que han muerto el sentido humano, la decencia, el honor, la moral, la fe, la reverencia y el temor de Dios, ese lugar también es «un bosque de muertos», así se trate de un hogar o de un país entero donde habitan millones de personas.

Jesucristo puede dar vida a los muertos espirituales. Él regenera, reaviva y transforma. Con Cristo no hay bosques de muertos sino jardines de vivos. Permitamos que sea nuestro Señor y Salvador, como también nuestro amigo.