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Era noviembre de 1970. El escritor Japonés Yukio Mishima escribió los últimos renglones de su nueva novela El mar de la fertilidad, contempló lo que iba a ser su obra póstuma, y luego guardó cuidadosamente los papeles en un portafolio, al que puso la dirección de su editor. Entonces se levantó de su silla y se vistió cuidadosamente con el uniforme de su ejército privado, llamado la «Sociedad Escudo». Y seguido de un grupo de jóvenes fanáticos partidarios de sus ideas nacionalistas, se dirigió a los cuarteles de la Plana Mayor del Ejército japonés en Tokio. Allí se lamentó amargamente ante los jefes militares de que el Japón hubiera perdido su tradición imperialista. Luego, retirándose con dignidad como había entrado, se dirigió a un lugar apartado donde se suicidó a la manera samurai, es decir, practicándose el «hara‑Kiri», suicidio que consiste en abrirse el vientre con un cuchillo. ¿Por qué se suicidó este escritor que disfrutaba de fama, popularidad y dinero? Él decía que iba a suicidarse para confirmar de esa manera las ideas que escribía en sus novelas. Sus seguidores afirmaron que era un mártir de sus ideales. El escritor francés Albert Camus, al saber la noticia de la muerte del colega, comentó: «El suicidio es algo que se planea en el silencio del corazón, igual que una obra de arte.» Aparte del valor simbólico que pudiera haber tenido el suicidio de ese escritor japonés, lo cierto es que todo suicidio es un pecado por ser una derrota. Dios no quiere que cortemos nuestra existencia por cualquier razón que sea, sino que luchemos y triunfemos, sobreponiéndonos a toda circunstancia adversa. Motivos para suicidarse pueden haber a cada paso en la vida, pero el que de veras cree en Cristo no se suicida: lucha, combate, echa mano de la fe y del espíritu, y triunfa. Suicidarse es muchas veces una huida cobarde. Si echamos mano de Cristo, no huiremos. Les haremos frente al dolor, a la desgracia y al infortunio, y al vencer sobre ellos, entonaremos un canto de victoria. Porque, al igual que el apóstol Pablo, podremos encararlo todo con la ayuda de Cristo, que nos fortalece (Filipenses 4:13). |