9 sep 06

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¿Casualidad o providencia?
por el Hermano Pablo

«Por favor, señor, ¿nos ayuda?» El pedido era amable y hecho en forma amistosa. Dos jóvenes de apariencia vasca estaban pidiendo ayuda. Y Manuel Cepeda, madrileño, se ofreció a empujar el auto de los jóvenes. Se encontraban en Madrid, capital de España.

En eso Manuel se fijó en la placa. Era la misma del vehículo suyo, con igual número. Desde luego, esto le despertó sospechas, así que cuando pudo, avisó a la policía.

Al hacer la investigación, resultó que los jóvenes eran terroristas, y el auto estaba cargado con quinientos kilos de explosivos. El auto había sido robado en un lugar, y la placa en otro. ¡Jamás hubieran imaginado esos jóvenes que el dueño de esa placa era la persona a la que le pidieron ayuda para empujar el vehículo! La intención de ellos era hacer explotar la carga y destruir un gran edificio de apartamentos. Su intento, por supuesto, quedó frustrado.

Interesante caso este. Dos jóvenes terroristas planean volar un complejo de apartamentos. Usan un auto robado y le ponen una placa también robada. El auto se les queda parado en una calle, y piden ayuda de un voluntario. ¡Y resulta que ese voluntario es el dueño de la placa robada!

Muchos delitos se descubren exactamente así. Los detectives de todos los países saben que los crímenes que no dejan ninguna pista son descubiertos por algún detalle inesperado.

¿Por qué será así? Porque el que hace el mal no tiene el poder para controlar todos los detalles de su maldad. Cuando cree que ha tomado en cuenta todos los pormenores, y está seguro de que nada se le ha escapado, el descuido más tonto lo vende, y su intención queda frustrada.

El gran sabio de todos los tiempos, el proverbista Salomón, dijo: «El que es justo obtiene la vida; el que persigue el mal se encamina a la muerte» (Proverbios 11:19).

¿Por qué es que en nuestras ediciones de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA continuamente insistimos en la importancia de apartarnos del mal y seguir el bien? No es para ganarnos el cielo y evadir el infierno, aunque eso también debe motivar nuestras acciones. Lo que nos interesa es que todos encontremos, aquí en esta tierra, la mayor armonía y paz que esta vida pueda dar. Los Salmos dan el mismo consejo en las siguientes palabras: «El que quiera amar la vida y gozar de días felices, ...que se aparte del mal y haga el bien; que busque la paz y que la siga» (Salmos 34:12,14).

Hagamos eso. Busquemos la paz y sigámosla. Esa paz la hallamos cuando entramos en armonía con Cristo. Hagamos de Él el Señor de nuestra vida. En Él hay absoluta paz.