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Patty Navarro, joven señora limeña, se acercó a la ventana. Llevaba en brazos a su hijito de año y medio de edad. Ella quería contemplar el espectáculo de la ciudad desde el sexto piso donde vivía. En eso se produjo uno de esos horrísonos estampidos, que desgraciadamente no son raros hoy en día en diferentes partes del mundo. Un auto cargado con 200 kilos de dinamita estalló en un atentado terrorista. Patty quedó muy malherida con la cara destrozada y un solo ojo. Su esposo Juan quedó con un brazo quebrado, y el hijito de ambos, de año y medio, quedó con golpes y cortaduras en diferentes partes del cuerpo. Todo esto estaba dentro de lo normal en un mundo convulsionado por inquietudes sociales y políticas: una explosión, personas heridas, pertenencias destrozadas y esperanzas perdidas. Pero lo interesante fue lo que siguió. Los esposos Navarro pertenecían a un grupo de creyentes religiosos que unidos entre sí demotraban una solidaridad única. Así que algunos jóvenes de la congregación fueron para ayudar a limpiar el apartamento. Mientras trabajaban, desplegaron del balcón un gran manto blanco, donde, con salsa de tomate y café, habían escrito la frase: «Jesucristo es la vida». Todos los vecinos no podían menos que admirar el valor de esa familia. Por encima de los dolores y de las pérdidas, por encima de las desgracias y de los sufrimientos, se levanta la fe inalterable del cristiano genuino. El dolor y la desgracia serán siempre parte de esta vida. El sufrimiento y el suplicio nos acompañarán mientras vivamos. Así es nuestra peregrinación en este mundo. Pero cuando hay fe, cuando nos sostenemos de la mano de Dios, cuando sabemos que este mundo no es nuestro hogar permanente, surge de lo más profundo del alma una esperanza viva que sobrepuja toda desgracia. Sobre esto el apóstol Juan tuvo algo que decir: «Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.» Luego pregunta: «¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Juan 5:4,5). Nuestra vida, como la de toda la humanidad, tendrá sus incertidumbres y sus incógnitas, pero cuando nuestra fe está segura en Cristo, somos más que vencedores en medio de un mundo lleno de peligros. No miremos con desdén la invitación de Cristo. Él desea ser nuestro apoyo en este mundo cruel, y desea además darnos la esperanza de vida eterna. No rechacemos su invitación. |