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Las parejas de enamorados que paseaban por los parques de una localidad del sur de Colombia estaban constituyendo un problema, tanto que el joven sacerdote Eliseo Bezze se sentía preocupado. Él quería evitar las demostraciones demasiado amorosas de los distintos idilios juveniles. Buscando diversas maneras de encauzarlos por el buen sentido, usó de arengas, sermones, artículos en los diarios y consejos pastorales a decenas de parejas, todo en vano. Los idilios continuaban cada vez más fogosos en parques, plazas y paseos. Entonces el sacerdote ideó otro método. Se armó de una pequeña grabadora y empezó a visitar los parques. Cuando veía a una pareja mostrándose excesivo afecto, iba y les tocaba la marcha nupcial. El remedio resultó excelente. No bien escuchaban los jóvenes los acordes de la emotiva marcha que solemniza los casamientos, huían a escape. Esto, además del buen humor que encierra, revela un profundo malestar de la juventud actual. Ellos quieren el amor y las caricias, eso sí, pero no quieren el casamiento. Desean tener novia, andar juntos, vivir juntos y beber la copa del placer amoroso, eso sí, pero nada quieren saber del compromiso del matrimonio. Lo curioso es que no solamente los jóvenes sino también las muchachas tienen ya este criterio. La consigna que los motiva por igual es: «¡Amor y sexo, sí; marcha nupcial y casamiento, no!» Sin embargo, la ley eterna de Dios prescribe el matrimonio y la fidelidad conyugal como los pilares en que se funda una familia humana feliz. Fue Dios quien inventó las palabras sexo, amor, matrimonio, fidelidad y hogar. Pero el hombre a su vez inventó las palabras prostitución, pasión, adulterio, infidelidad y divorcio. En el principio Dios hizo todo bueno. Hizo al hombre y a la mujer, hizo el sexo y el amor, hizo la salud física y la santidad moral. Pero el hombre, con su desobediencia y rebeldía, lo echó todo a perder. Lo bueno se hizo malo, y lo justo, injusto. Por eso hoy, como nunca antes, florece el mal en la tierra. Sólo por Cristo y en Cristo, el Hijo de Dios, hallamos el camino de retorno a la pureza y sencillez primitiva que nos aseguran la genuina felicidad. |