11 mar 09

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Combustibles que fallan
por Carlos Rey

Ocurrió en abril de 1972, en Nápoles, Italia. Una inesperada huelga de expendedores de gasolina dejó a los automovilistas sin el precioso líquido que hace andar sus autos. Todos estaban condenados a pasar el fin de semana en casa, sin salir a las montañas o a las playas a gozar de la bella campiña italiana. Así hubiera ocurrido de no haber sido por unos jóvenes emprendedores que se las ingeniaron para darle solución al problema, vendiendo gasolina de fabricación casera que era una mezcla de vino blanco con un solvente de altísimo poder inflamable.

Los autos que usaban esa mezcla arrancaban, después de mucho protestar con golpes, estampidos y sacudidas. El solvente mezclado con vino quemaba bien, de modo que los autos salían como disparados de un cañón. Pero a las pocas cuadras comenzaban a andar haciendo eses, y luego emitían una serie de ruidos raros hasta que por fin quedaban paralizados, negándose a andar un metro más. Había que arrimarlos y dejarlos a la orilla del camino, como si estuvieran completamente borrachos.

Esto se debía a que el agua que contenía el vino taponaba los carburadores y oxidaba los cilindros, las válvulas y los pistones, y cegaba los electrodos de las bujías, produciendo la parálisis total del vehículo. Era imposible hacer andar los motores con esa mezcla intoxicante y destructiva.

Lamentablemente la humanidad no ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas. Todavía hay muchos que están dispuestos a usar mezclas cada vez más extrañas a modo de combustible. Sólo que no se limitan a hacerlo con sus vehículos; lo hacen también con su mente. En su afán por resolver sus grandes problemas morales y espirituales, consumen sustancias tóxicas, tales como el alcohol y las drogas. Pero no se detienen ahí. Consumen también ideas erróneas, filosofías extrañas y doctrinas falsas que aceptan como la solución a los problemas del alma humana.

Lo que todos debemos comprender es que el único combustible con el que funcionamos a la perfección es Dios. Cuando llenamos nuestro tanque espiritual de cualquier otro combustible, tal vez arranquemos, pero pronto comenzamos a fallar y quedamos varados a la orilla del camino de la vida. En cambio, cuando llenamos nuestro tanque de Jesucristo, el Hijo de Dios, tenemos el combustible necesario para llegar hasta el cielo mismo. Porque Cristo resolvió nuestro problema mayor —la condenación del pecado que nos separaba de Dios— cuando murió por nosotros derramando el precioso líquido de su sangre con que pagó el precio de nuestra salvación, a fin de que podamos gozar de la bella campiña celestial, pero no sólo por un fin de semana sino por toda la eternidad.1


1 Is 43:11‑12; 44:6; Jn 3:16; 14:2,6; Ro 6:23; Gá 6:7; 1Ti 2:3‑6; 1P 1:18‑19