20 ago 13

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Pixiote
por el Hermano Pablo

Eran tres menores, tres muchachos que tenían menos de dieciséis años. Se pusieron máscaras en el rostro, se calaron un gorro hasta los ojos y, empuñando pistolas, asaltaron un almacén. Robaron dinero y otros objetos de valor.

Perseguidos por la policía, los tres jovencitos fueron apresados. Uno de ellos era Fernando Ramos Da Silva, de Brasilia, Brasil. Tiempo atrás, Fernando había protagonizado una película brasileña llamada «Pixiote». Pixiote es el nombre que se le da en Brasil al joven delincuente, el mismo que se llama golfo en España, gamín en Bogotá y sabandija en el Río de la Plata.

El joven Fernando, al ver paralizada su carrera en el cine, decidió vivir en la vida real su personaje de la película. Lástima que erró el camino, lo cual lo llevó a ser sentenciado y condenado.

Muchas veces la realidad de nuestra vida supera a la fantasía que podemos atribuirle. Mucha gente que vive soñando sueños imposibles, de pronto se ve envuelta en aventuras que recuerdan, y aun superan, sus más locas fantasías.

Un joven artista norteamericano se suicidó después de haber encarnado, en un papel breve como extra, a un muchacho que se suicidó atándose cartuchos de dinamita en el pecho. Otro, que en una obra teatral tenía que imitar un ataque de locura furiosa, desempeñó con tanta maestría su papel que terminó en la vida real completamente loco.

Cuando se rompe en nuestro cerebro el delgado tabique divisorio entre la verdad y la fantasía, entre la conciencia y la imaginación, entre la razón y la sinrazón, el resultado es una acción desequilibrada y destructiva.

¿Cómo podemos hacer para mantener siempre, constantemente, el equilibrio mental, para no hacer de la realidad, fantasía, y de la fantasía, realidad? Poniendo nuestra mente y nuestro corazón, los dos elementos vitales de nuestro ser, en las manos de Cristo. Haciendo de Cristo no sólo el Salvador de nuestra alma, sino el Maestro de nuestra vida y el Señor de nuestra voluntad.

Sólo con Cristo y por medio de Cristo mantenemos el perfecto equilibrio moral y mental para poder ser personas cabales, íntegras, sanas y felices. Porque sólo Jesucristo, el Señor perfecto, puede hacer perfecta nuestra alma.