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«Saúl Zuratas tenía un lunar morado oscuro... que le cubría todo el lado derecho de la cara.... El lunar no respetaba la oreja ni los labios ni la nariz a los que también erupcionaba de una tumefacción venosa. Era el muchacho más feo del mundo; también, simpático y buenísimo.... Lo conocí cuando dábamos los exámenes de ingreso a la Universidad.... El día en que lo conocí me advirtió, muerto de risa, señalándose el lunar: »—Me dicen Mascarita, compadre. A que no adivinas por qué. »Con este apodo lo llamábamos también nosotros, en San Marcos.... »Íbamos, de cuando en cuando, entre dos clases universitarias, a jugar una partida en una desvencijada sala de billar.... Andando por la calle con Saúl se descubría lo molesta que tenía que ser su vida, por la insolencia y la maldad de la gente. Se volvían o se plantaban a su paso, para mirarlo mejor, y abrían mucho los ojos, sin disimular el asombro o la repulsión que les inspiraba su cara, y no era raro que, los chiquillos sobre todo, le dijeran majaderías. A él no parecía molestarle; reaccionaba siempre a las impertinencias con alguna salida chistosa. »... Al entrar al billar... [un] borracho estaba bebiendo en el mostrador. Apenas nos vio, vino a nuestro encuentro, tambaleándose, y se plantó ante Saúl, con los brazos en jarras: »—¡...Qué monstruo! ¿De qué zoológico te escapaste, oye? »—De cuál va a ser, pues, compadre, del único que hay, del de Barranco —le respondió Mascarita—. Si vas corriendo, encontrarás mi jaula abierta. »Y trató de pasar. Pero el borracho alargó las manos hacia él, haciendo contra con los dedos, como los niños cuando les mentan la madre. »—Tú no entras, monstruo.... Con esa cara, no debías salir a la calle; asustas a la gente. »—Pero si no tengo otra; ¿qué quieres? —le sonrió Saúl—. Déjanos pasar, y no te pongas pesado. »Yo, para entonces, perdí la paciencia. Cogí al borracho de las solapas y comencé a zamaquearlo. Hubo un conato de trompeadera, revuelo de gente, empujones, y Mascarita y yo tuvimos que marcharnos sin jugar nuestra partida. »Al día siguiente recibí de él [una]... cartita [que, entre otras cosas,] decía...: Compadre..., no tengas más rabietas, y menos por culpa mía. De todas maneras, gracias. Chau, Saúl1 En esta anécdota que, de su experiencia personal, cuenta el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa en su obra El hablador, Saúl Zuratas sigue a cabalidad el siguiente consejo de San Pablo, que a todos nos conviene seguir: «No paguen a nadie mal por mal.... Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: “Mía es la venganza; yo pagaré”, dice el Señor. Antes bien, “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta.” No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.»2 |
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