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(Natalicio de Orlando Cepeda) Tenía sólo veinte años de edad en 1958, su primer año en las Grandes Ligas, y sin embargo contribuyó a tal grado al éxito de su equipo, los Gigantes de San Francisco, que fue elegido por votación unánime como el Novato del Año de la Liga Nacional. Esa temporada tuvo un promedio de bateo de .312, impulsando 96 carreras y conectando 188 hits o imparables, entre éstos 38 dobles, 4 triples y 25 cuadrangulares. Nueve años más tarde, volvió a contribuir notablemente al éxito de su club, llevando esta vez a los Cardenales de San Luis a coronarse campeones de la Serie Mundial. En aquella inolvidable temporada de 1967 tuvo un promedio de bateo de .325, impulsando más carreras que nadie en la Liga Nacional, 111, y conectando 183 hits, entre éstos 37 dobles y 25 cuadrangulares, por lo que fue elegido, nuevamente por votación unánime, como el «Jugador más valioso» de la Liga. Era la primera vez que esa elección había sido unánime desde el año 1936. En 1961, cuando aún vestía el uniforme de los Gigantes, encabezó la Liga Nacional con 142 carreras impulsadas y 46 cuadrangulares. A lo largo de su carrera, superó el promedio de bateo de .300 en nueve de sus diecisiete temporadas, impulsó 1.365 carreras y conectó 379 cuadrangulares. Conectó más de veinticinco cuadrangulares en ocho temporadas, y fue el primero en conectar más de veinte como jugador en cuatro equipos: los Gigantes de San Francisco, los Cardenales de San Luis, los Bravos de Atlanta y los Medias Rojas de Boston. Por eso los aficionados al béisbol lo eligieron una de las Estrellas de la Liga Nacional en siete ocasiones, y a la postre, en 1999, el Comité de Veteranos votó en favor de que ingresara al Salón de la Fama, ocupando así un lugar al lado de su paisano Roberto Clemente y de su compañero de equipo Juan Marichal. Se trata de Orlando Manuel Cepeda, potente bateador de Puerto Rico al que le tocó superar una lesión tras otra sufridas en las rodillas. No dejó de jugar con garra, haciendo honor al apodo Baby Bull («el becerro» en inglés) que le dieron por ser hijo y heredero del talento de Pedro «El Toro» Cepeda, que fue sin duda el mejor pelotero puertorriqueño de su época. En su autobiografía, Orlando «Peruchín» Cepeda cuenta en detalle cómo jugó con todo y ascendió hasta la cumbre del béisbol, sólo para descender hasta la celda de una cárcel por jugar con la marihuana. Luego de diez meses tras las rejas y otros dos de rehabilitación, sufrió el oprobio de haber llegado a ser la vergüenza de su pueblo y una deshonra a la memoria de su padre, y sintió el vacío que deja la separación de su esposa y de sus hijos. De ahí que aquel antiguo «becerro del béisbol» dijera: «Necesitaba algo más grande, más fuerte que yo mismo.»1 De ahí en adelante se entregó a la difícil tarea de recomponer su vida y de advertir a niños y a jóvenes que con las drogas no se juega, ni con quienes las consumen o las venden.2 Tomemos a pecho esta lección que le costó tan caro aprender al ex ídolo puertorriqueño, la misma que el sabio Salomón resumió en el siguiente proverbio: «No abras zanjas si no quieres caer en ellas, ni hagas rodar piedras si no quieres que te aplasten.»3 |
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