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«La expresión “marcha triunfal” nos trae a la mente lo que el poeta nicaragüense Rubén Darío plasmó en el siguiente trozo poético:
»Los protagonistas de este cortejo o marcha son los “heroicos atletas”, los “caballeros armados” y los “fuertes caballos de guerra”. »¡Qué diferentes son los actores del cortejo triunfal de Jesús en Jerusalén: sus fieles discípulos —pescadores, campesinos, [recaudadores de impuestos]—, un grupo de seguidores liderados por los niños y un burro!»,1 comenta en un artículo escrito para el Domingo de Ramos el doctor Edesio Sánchez, biblista y teólogo de las Sociedades Bíblicas Unidas. Es que «la entrada a Jerusalén... recogió a muchos que querían seguir a Jesús —dice el doctor Sánchez—. Pero al final, sólo quedaron aquellos que... formaban la verdadera caravana triunfal de Jesús2... sus discípulos; las muchas personas que fueron sanadas y liberadas de la marginación, de la futilidad y de la enfermedad; los niños; y un burro. Ellos son la metáfora que encierra el maravilloso secreto mesiánico de Jesús. Los define, en primer lugar, el hecho de que sean vulnerables, marginados y totalmente dependientes de la gracia divina. En segundo lugar, se les conoce como quienes tienen un ojo especial para reconocer a Dios y su proyecto de salvación. Ellos encarnan el símbolo de la esperanza y de la paz. »La marcha triunfal de Jesús es una invitación a celebrar y gozar en una situación... en la que el triunfador parece perdedor y fracasado, y el perdedor, un triunfador. Es el juego serio de Dios al que sólo están convidados los que a los ojos de este mundo no sirven para nada. Pero es un juego serio; en él está en juego la vida eterna. Es un juego en el que quien ha acumulado muchas “fichas”, en los juegos no divinos, debe ir perdiéndolas para que los jugadores carentes de “fichas” terminen poseyéndolas. Es el juego de la solidaridad y la liberación. Es un juego que no gusta a los que tienen mucho y están “arriba”, pero que celebran y aplauden los de “abajo”. »Dios nos invita a celebrar fiestas en las que los que no tienen el poder, ni los privilegios, ni las riquezas, tengan la ocasión de criticar, desenmascarar y enjuiciar a los poderosos.... »Es, en realidad, la fiesta de la cruz.... en la [que] los celebrantes llegan desprovistos de posesiones, privilegios y poderes. Es la fiesta de los niños, de los pobres y de los burros.... Unámonos a [ellos] para vitorear a Jesús... aclamando: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”»3 |
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