5 abr 2023

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de nuestro puño y letra
Pioneros rechazados
por Carlos Rey

En el año 1886 José Vasconcelos vivía bajo el cuidado de sus padres en el Sásabe, un pequeño puerto en el desierto de Sonora que colindaba con el estado de Arizona al norte. En sus memorias el eminente escritor y político mexicano relata cómo era la vida de los pioneros de aquel entonces, tales como sus padres. «El gobierno mexicano —explica Vasconcelos— mandaba a sus empleados... al encuentro de las avanzadas, los outposts del yankee. Pero, en torno, la región vastísima de arenas y serranías seguía dominada por los apaches, enemigo común de las dos castas blancas dominadoras: la hispánica y la anglosajona. Al consumar sus asaltos, los salvajes mataban a los hombres, vejaban a las mujeres; a los niños pequeños los estrellaban contra el suelo y a los mayorcitos los reservaban para la guerra; los adiestraban y utilizaban como combatientes.» La madre del pequeño José lo aconsejaba de la siguiente manera: «Si llegan a venir [los apaches], no te preocupes [, hijo]: a nosotros nos matarán, pero a ti te vestirán de gamuza y plumas, te darán tu caballo, te enseñarán a pelear, y un día podrás libertarte.»1

Estas memorias evocan otras escritas por San Juan sobre un pionero que vivió hace unos dos mil años en la inhóspita región de Palestina. Aquel pionero era un hombre realmente fuera de serie. Lo extraordinario del caso es que no viajó de un extremo a otro de América, tal como de la Patagonia a Baja California, sino del cielo a la tierra; y su medio de transporte no fue un camello, ni un caballo ni un burro, sino el vientre de una joven soltera, la virgen María. ¿Quién se hubiera imaginado semejante llegada para el Hijo de Dios, que habría de ser el Salvador del mundo? Por eso lo primero que Juan, uno de sus mejores amigos, nos relata acerca de Jesucristo, es que «vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron».2 Y llegó el día en que lo condenaron a muerte y dijeron: «¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»3

Sin embargo, no todos rechazaron al Hijo de Dios hecho hombre. A los que creyeron en Él y lo recibieron les concedió el privilegio de ser hechos hijos de Dios.4 Porque a diferencia de la madre de José Vasconcelos, que se preocupaba por que algún día, si fuera necesario, su hijo pudiera libertarse a sí mismo, el Padre celestial dispuso que fuera necesario que su Hijo Jesucristo fuera rechazado y entregado a la muerte a fin de libertarnos a nosotros eternamente.5


1 José Vasconcelos, Textos: Una antología general (México: SEP/UNAM, 1982), pp. 9‑10.
2 Jn 1:11
3 Mt 27:25
4 Jn 1:12
5 Lc 9:22‑25; Jn 3:16,31‑36; 8:31‑32,36