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(2o. domingo de febrero: Día Mundial del Matrimonio) «Proseguiré en tratar [acerca] del reinado de los [Incas] y la sucesión de ellos hasta que [se acabó] con la muerte de [Huáscar] y [la] entrada de los españoles —escribe el historiador español Pedro Cieza de León en su Crónica del Perú: El señorío de los incas publicada en 1553—. Y quiero que sepan los que esto leyeren que, entre todos los [Incas], que fueron once, tres salieron entre ellos... para la gobernación de su señorío... y éstos... se parecieron... en el juicio y en ser valerosos, los cuales son [Huayna Cápac y Túpac Inca Yupanqui], su padre, e [Inca Yupanqui], padre del uno y abuelo del otro.... »... Los [Incas] se coronaban por reyes tomando la corona, que es la borla que hasta los ojos les caía. Y fue por ellos ordenado que el que hubiese de ser rey tomase a su hermana, hija legítima de su padre y madre, por mujer para que la sucesión del reino fuese por esta vía confirmada en la casa real —afirma el cronista Cieza de León—.... Por estas cosas, o porque [a los que lo ordenaron] les pareció que convenía, era ley entre los [Incas] que el señor que entre todos quedaba por emperador tomara [por mujer] a su hermana, la cual tenía por nombre “Coya”, que es nombre de reina... —como cuando un rey de España [se] casa con alguna princesa que tiene su nombre propio y, entrando en su reino, es llamada reina— así se llamaban [Coyas] las que lo eran del Cuzco. »Y [en el caso de que] el que había de ser tenido por señor no tenía hermana carnal, era permitido que [se] casase con la señora más ilustre que hubiese, para que fuese entre todas sus mujeres tenida por la más principal, porque [entre] estos señores no había ninguno de ellos que no [tuviera por lo menos] setecientas mujeres para servicio de su casa y para sus pasatiempos; y así todos ellos tuvieron muchos hijos [con] éstas que tenían por mujeres o mancebas.... Y si alguna [tenía relaciones sexuales con algún otro hombre], era castigada con pena de muerte, dándole a él la misma pena. »[A] los hijos que los señores tenían con estas mujeres, después que eran hombres mandábanles proveer de campos y heredades que ellos llaman chácaras, y que... les diesen ropas y otras cosas para su [provisión], porque no querían dar señorío a estos tales, [para que si había] alguna turbación en el reino no quisiesen intentar... quedarse con él con la presunción de ser hijo del rey. Y así ninguno tuvo mando sobre provincia... y ninguno de ellos hablaba con el rey... [sin tener que hacerlo] descalzo, como todos los demás del reino».1 ¡Qué gran contraste entre el trato que los señores Incas, descritos por Cieza de León, les daban a sus hijos extramatrimoniales, y el trato que el Rey de reyes y Señor de señores,2 a quien profesaban servir sus conquistadores, les da a sus hijos adoptivos! Aquellos emperadores les negaban a los tales hijos toda posibilidad de ser reconocidos como hijos suyos, mientras que el Dios de la Biblia de los españoles envió a su Hijo Jesucristo para que todo el mundo pudiera ser coheredero del reino de los cielos como hermano de Él.3 «A quienes recibieron [a Cristo] y creyeron en Él —afirma San Juan—, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios» y les reservó un señorío sin igual: el de reinar con Él por los siglos de los siglos.4 |
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