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(Día de los Enamorados) Cerca de Nicoya, capital de la Gran Nación Chorotega, vivía un joven guerrero llamado Curime, hijo de un Señor Principal de la comarca. Curime era un diestro cazador y se destacaba también en el juego de pelota. Durante la Fiesta del Sol y la Fiesta del Maíz, sobresalía en los juegos deportivos que se realizaban en la plaza de Nicoya. Pero el deporte no era lo único que lo apasionaba. Buen mozo y fuerte como un roble, Curime estaba perdidamente enamorado de la princesa Nosara, la encantadora hija del Cacique Nicoa, Supremo Señor de los chorotegas. Al mismo tiempo, en la isla de Chira había otro gran guerrero, Señor de la isla, llamado Nacaome, que también estaba enamorado de la bella princesa chorotega. Nacaome, al igual que Curime, era apuesto, de porte atlético y muy diestro en la caza de animales como también en el juego de pelota. Pero era muy vanidoso y envidioso. Su mayor ambición era llegar a ser el Supremo Señor de la Gran Nación Chorotega, a pesar de que el padre de Nosara, el poderoso Cacique Nicoa, estaba muy opuesto a que se casara con la princesa. No obstante, Nacaome la cortejaba cada vez que visitaba Nicoya, llevándole costosos regalos tales como collares de perlas y finas cerámicas. Pero todo fue en vano, pues Nosara sólo correspondía al amor de Curime. Sintiéndose despreciado, Nacaome resolvió retar a Curime a un juego de pelota cuyo perdedor abandonaría la comarca chorotega y dejaría por completo de pretender a la princesa. Curime aceptó el desafío, confiado en su destreza. El día del juego, reunido el pueblo para presenciarlo, Nacaome dominó al principio, pero Curime se impuso al final, mostrando respeto para su adversario. En cambio, Nacaome amenazó con regresar algún día para vengar la derrota, conquistar a Nosara y asumir el mando de la Gran Nación Chorotega. Después de algún tiempo sin que se supiera nada de Nacaome, Curime y Nosara decidieron casarse durante la siguiente Fiesta del Sol. El día de la boda concurrió la crema y nata de los pueblos chorotegas, y hubo danzas festivas. Pero cuando el sol ya se estaba ocultando, apareció de repente Nacaome con su gran ejército, y atacó al desprevenido pueblo nicoyano reunido en la plaza mayor. Curime y Nosara lograron escapar y eludir durante mucho tiempo a los guerreros que los perseguían. Pero en un momento en que se sentaron para descansar, los sorprendió Nacaome. Los jóvenes amantes, jurándose amor eterno, apenas tuvieron tiempo para fundirse en un abrazo final, mientras las flechas de sus inclementes verdugos les atravesaron el corazón.1 Gracias a Dios, ese amor legendario que unió a Curime y Nosara puede hacerse realidad en la vida de todo el que adopta su diseño divino para el matrimonio, que es dejar a padre y madre y unirse al cónyuge para fundirse los dos en un solo ser.2 Y conste que lo digo como quien lo ha vivido en carne propia. |
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