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(Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra la Mujer) «—¿Cómo te llamas? »—Siervo Joya, mi padrecito. »—¿Y esta mujer es la tuya? »—Vivo con ella desde hace dos años, sumercé. »—Acércate, muchacha.... ¿Os queréis casar? »—No, mi padrecito: yo no quiero... —protestó Tránsito. »Lo cierto fue que los casaron al mediodía. »Siervo no entendió gran cosa de lo que dijo el padre... ese día... La Tránsito comprendió algo más, porque después recordaba que el padrecito había dicho que los hombres no debían pegarles a las mujeres, porque [esos] indios de por [ahí] las [trataban] como si fueran mulas de carga.... »—¿Eso dijo? Y vamos a ver: ¿Cuando resultan bestias y jetiduras como ciertas personas que uno conoce, y no llegan a tiempo con la mazamorrita, como me pasó hace dos días cuando andaba a media mañana por la peña pastoreando la cabra y todavía estaba en ayunas? ¿El padrecito no mentó ese caso? »—Mire, mano Siervo, que no comience con sus indirectas porque vamos a acabar mal. No se crea que porque soy huerfanita y me casaron a la fuerza me puede faltar al respeto. »—Eso sí que no lo dijo el padrecito.... De bruto he debido confesarme por haberme casado. »... Siervo y Tránsito no pararon de discutir hasta cuando llegaron al rancho ya de noche.... Siervo se desató la gruesa correa (de sus tiempos de soldado)..., se escupió las manos para agarrarla mejor, y se le fue encima a Tránsito. No descansó hasta verla tendida en tierra, con la ropa desgarrada y el rostro vertiendo sangre. »—¡Para eso quería casarse! —exclamó ella entre sollozos. Luego se levantó a encender el fogón y a desgranar el maíz para la mazamorra, igual que todas las noches, como habría de hacerlo de allí en adelante toda la vida y por obligación, pues la habían casado “a juro”, a la fuerza, y aunque quisiera, ya no podría largarse.»1 Estos pasajes tomados de la novela Siervo sin tierra del talentoso escritor colombiano Eduardo Caballero Calderón ilustran la triste realidad cultural de aquellos tiempos en esa región de Colombia. Los campesinos de la zona habían aceptado la forma de la Palabra de Dios, pero no su contenido. Siervo y Tránsito se casaron por la iglesia, eso sí, pero a la hora de la verdad, de poco les sirvió en su vida conyugal. ¡Hoy día nos parece inconcebible que así se pase una noche de bodas! Lo más lamentable del caso es que la Biblia enseña todo lo contrario. Tanto es así que San Pablo, después de exhortar a la esposa a que se someta a su esposo, ordena al esposo que ame a su esposa así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Y luego remata diciéndole al esposo que ame a su esposa como a su propio cuerpo, al que cuida y no maltrata a propósito.2 No seamos culpables de perpetuar el ciclo de maltratos de nuestros antepasados. Seamos sensibles más bien. ¡Tomemos a pecho esa exhortación, y resolvamos cada uno amar a Dios y amar a nuestro cónyuge así como Cristo nos amó y se dio por nosotros! |
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