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(25 de noviembre: Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra la Mujer)
Este imaginario relato póstumo escrito a modo de poema en 1991 por Allen «Two Trees» Dowdell, casado con una mujer que fue víctima de maltrato a manos de su marido anterior, nos obliga a encarar los innumerables casos de mujeres que aún en el siglo veintiuno se dejan maltratar y no le ponen fin a la violencia por el miedo que le tienen a su agresor. El siguiente caso se lo contó al diario El Tiempo uno de los médicos legistas del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses en Colombia. Una mujer llegó con un brazo roto. El médico, al ver que ella tenía secuelas de malos tratos anteriores, le preguntó por qué no había denunciado antes a su esposo. La sufrida mujer respondió: «Mi marido me pegaba lo normal.» Otro de esos médicos informó que había tenido que atender quince veces a la misma mujer golpeada por el mismo agresor.2 Gracias a Dios, toda víctima de semejante violencia puede acudir a Él con la confianza no sólo de que comprende su dolor, sino también de que tiene poder para darle la fuerza necesaria para abandonar al victimario y buscar ayuda profesional. Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para que sufriera en carne propia el maltrato a manos de crueles verdugos, y así pudiera identificarse con nosotros, interceder por nosotros y ofrecernos a cada uno su ayuda oportuna en toda circunstancia adversa de la vida.3 |
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