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Este poema, traducido y adaptado del inglés, fue compuesto por el psicólogo David Weatherford y publicado originalmente en 1991.1 Lamentablemente se le ha enviado por correo electrónico a millares de personas alrededor del mundo como si fuera de un autor desconocido. Según el mensaje que ha acompañado al poema, así se había de cumplir el último deseo de una niña que estaba muriendo de cáncer. Presuntamente ella había pedido que se le enviara a cuantos fuera posible, para motivarlos a que aprovecharan la vida al máximo, ya que ella no podría hacerlo. Con el transcurso del tiempo, al final del mensaje comenzó a aparecer el nombre y el teléfono de un profesor de una universidad de Nueva York. ¡Cuál no sería la sorpresa de los que llamaron a ese teléfono y escucharon un mensaje grabado que decía: «Si usted está llamando con relación al mensaje por correo electrónico, sepa que es falso y que el nombre del profesor se adjuntó inadvertidamente a dicho mensaje»! La verdad es que, aunque ese mensaje preciso careciera de fundamento, hay miles de niños como la niña del mensaje, inocentes víctimas mortales de un mal que los aflige que, si les fuera posible, harían circular tal poema. Porque a pesar de la mentira, el poema no deja de ser cierto, y hoy más que nunca necesitamos seguir el consejo que nos da. Al fin y al cabo, como dijo Jesucristo, por mucho que nos afanemos no podemos añadir una sola hora al curso de nuestra vida.2 En cambio, si nos afanamos mucho, se hará realidad en nosotros la sentencia del refrán que dice: «Quien de prisa vive, de prisa muere.»3 Por eso más vale que sigamos el consejo del poema, que se resume en este último refrán: «Vete al monte algún buen día, que Dios da de balde su perfumería.»4 |
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