(Día de la Revolución Mexicana)
«Dejamos el cuartel general en Acapulco, y nos adentramos más a donde estaba la nidada de los zapatistas. Como los soldados tuvieron que combatir entre Agua del Perro y Tierra Colorada, nos mandaron adelante a las mujeres. Cuatro mujeres casadas iban conmigo. Nos vieron los zapatistas caminando y nos salieron al encuentro:
»—¿Qué tanta gente viene por allí?
»—Pues muy poca...
»—Entonces vénganse para que no les toque a ustedes la balacera.
»—Bueno, pues vámonos.
»Nos fuimos con ellos y nos entregaron con el general Zapata.... Y entonces dice:
»—Bueno, pues aquí van a andar con nosotros mientras llegue el destacamento de su gente de ustedes.
»—Pues bueno.
»Nos quedamos con él de avanzada como quince días en su campamento que estaba re bien escondido.
»... Cuando el general Zapata supo que toda la corporación estaba ya en Chilpancingo, nos dijo:
»—Vénganse conmigo para irlas a entregar una por una.
Se quitó la ropa de general, se puso unos calzones blancos de indio, un gabán y un sombrero, y allá vamos. Iba desarmado.
»... Se paró en la esquina del cuartel, y entonces me dice:
—Aquí me esperan.
»Llegó hasta la puerta del cuartel, y le pegaron el: «¿Quién vive?», y él contestó:
»—México.
»Luego les dijo:
»—Vengo a buscar al señor Felipe Palancares.
»No preguntó por los maridos de las mujeres. Sólo por mi papá para que no fueran a pensar mal. Salió mi papá y le dice el general:
»—... Usted tiene una hija que se llama así...
»—Sí.
»—Pues aquí se la vengo a entregar. A usted le remito una hija, y le remito a estas mujeres que fueron avanzadas entre Agua del Perro y Tierra Colorada.
»—Y entonces le dice mi papá:
»—¿Quién es usted?
»—Yo soy el general Zapata.
—¿Usted es Emiliano Zapata?
»—Yo soy.
»—... Pues se me hace raro que usted sea el general porque viene usted solo.
»—Sí. Vengo solo escoltando a las mujeres que voy a entregarle. Sus mujeres fueron avanzadas, pero no se les ha tocado para nada. Se las entregamos tal y como fueron avanzadas. Usted se hace cargo de las cuatro casadas, porque me dijeron que venían cuidando a su hija. Ahora, como a usted se las entrego, usted hágase cargo de que no vayan a sufrir con sus maridos.
»Entonces dice mi papá:
»—Sí, está bien.
»... Y entonces el general se dio la media vuelta y se fue.»1
¡Qué interesante y revelador vistazo del general Emiliano Zapata el que aquí nos presenta Josefina Bórquez, alias Jesusa Palancares, protagonista principal de la obra Hasta no verte, Jesús mío! En esta galardonada novela histórica, la autora mexicana Elena Poniatowska, la portavoz voluntaria de aquella soldadera de la revolución, hábilmente adapta al diálogo la transcripción de su entrevista personal con ella, a fin de que no se pierda nada importante ni se le añada algo innecesario a lo que realmente sucedió.2
Lo que no debemos perder de vista en este relato es que, con relación al trato que merece la mujer, el general Zapata, sin duda consciente de la verdad que encierra el refrán que dice: «La vergüenza y la honra, la mujer que la pierde nunca la cobra», llevó a la práctica la regla de oro y nos dejó ejemplo de eso como parte de su legado. Esa regla revolucionaria, que nos legó a todos en principio nuestro Señor Jesucristo en el Sermón del Monte, dice: «Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes.»3
1 | Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío (Barcelona: Plaza & Janés Editores), pp. 97-100. |
2 | Esto lo constata Elena Poniatowska en Las soldaderas (México, D.F.: Ediciones Era, 1999), pp. 12–13. |
3 | Mt 7:12 |