Durante veinte años estuvieron casados y no se separaron. Juntos ejercieron la abogacía y fueron consejeros matrimoniales. Asesoraron a varias parejas jóvenes y ayudaron a muchos a sobreponerse a sus problemas.
En el transcurso de esos veinte años adquirieron una buena posición económica y criaron tres hijos, pero ocurrió algo insólito. Olivia Howard de cuarenta y ocho años atropelló intencionalmente con su auto a Frank Howard, su esposo de cincuenta y uno, y lo mató.
Hay un proverbio que dice: «Consejos vendo, y para mí no tengo.» Es muy apropiado para ese matrimonio. Podían dar excelentes consejos a los demás, pero no los aplicaban a su propia vida. Su felicidad matrimonial era una teoría muy bonita. Pero en la práctica sólo tenían resentimiento y amargura.
Eran consejeros de otros, pero ellos mismos nunca tuvieron un consejero. Podían tratar los problemas de los demás, pero carecían de toda habilidad para tratar los suyos. El resultado fue que la esposa asesinara al marido.
La Biblia tiene dos consejos muy sencillos para toda pareja, los cuales bien aplicados y puestos en práctica solucionan cualquier desavenencia y problema. El primer consejo es que la esposa respete a su esposo, y el segundo, que el esposo ame a su esposa (Efesios 5:33).
Esa es verdadera sabiduría. El hombre necesita respeto. Y la mujer debe respetarlo. La mujer necesita amor, y el hombre debe amarla. Así de sencillo. Es el mejor consejo que puede darse a las parejas, y de su buena aplicación depende la felicidad matrimonial.
Si la esposa respeta al esposo, lo hará el rey del hogar, y el hombre estará satisfecho. Si el esposo ama a su esposa con amor puro y sacrificado, hará de ella la reina del hogar, y ella estará feliz.
Pero, ¿cómo se logra esto? Mediante la entrega, tanto del esposo como de la esposa, de su vida a Jesucristo. Cuando Cristo manda en la vida de los padres y de los hijos, el hogar disfruta de un ambiente de amor, comprensión y felicidad. Dios quiere que todo hogar sea así.