Jack Tremont, de treinta y ocho años de edad, levantó el auricular del teléfono. Iba en su auto por una carretera cercana a París. Llamó a su esposa Judit, que también estaba usando el teléfono de su auto, y se puso a conversar con ella. Tenían que ponerse de acuerdo para la cena de la noche que darían a unos amigos.
La conversación se hizo larga, interesante, emocionante, tanto que los dos, que viajaban en la misma carretera el uno hacia el otro, chocaron de frente a medio camino. Por suerte, ninguno se lastimó de gravedad, pero de ahí Jack y Judit aprendieron una valiosa lección: Decidieron sacar los teléfonos de los autos, o bien no llevar a un punto tan dramático toda charla futura.
He aquí un caso curioso. Jack y Judit Tremont, ambos profesionales, tenían teléfono cada uno en su auto, un lujo que sólo algunos podían darse. Y solían comunicarse así de auto a auto, ya fuera andando por las calles o carreteras, o en zonas de estacionamiento. Algunas veces hablaban brevemente; otras veces hablaban largo y tendido. Nunca pensaron que un día, entretenidos con la conversación, chocarían de frente el uno con el otro.
Así mismo hay muchos matrimonios que chocan entre sí, pero sin teléfonos en sus autos. Son choques de voluntades. Uno quiere una cosa, el otro quiere otra. Uno expone esta opinión, el otro expone otra. Uno demanda esta exigencia, el otro demanda otra, y ninguno quiere ceder. Los dos creen tener la razón, y los dos quieren imponer su voluntad.
Y ahí viene el choque. Ahí el conflicto. Ahí las chispas que vuelan, las palabras que brotan hirientes, los sentimientos que saltan como saetas, y muchas veces —lamentable es admitirlo— la mano que se levanta para dar un golpe en el rostro. Marido y mujer chocan, y las heridas que causa el choque producen llagas tan hondas que a veces destruyen por completo el hogar.
¿Será posible la armonía perenne entre esposos? Sí lo es, pero sólo cuando los dos hacen de Cristo el Dueño de su vida, el centro de su matrimonio y el Árbitro en todas sus relaciones. Cuando Cristo es el Señor de una pareja, los choques que se producen, con todo y diferencias, no dejan heridas de gravedad ni terminan en separaciones ni en divorcio. Al contrario, hay paz y armonía, clemencia y perdón, amor y comprensión. Así puede ser todo matrimonio.