Primero fue un rapto de amor, uno de esos momentos de emoción loca. Susan Kerr, de Houston, Texas, y su novio Daniel Boyles no pudieron esperar, así que anticiparon la unión que debieran haber dejado para la noche de bodas.
Después fue el espanto, el horror, la tragedia. Todo ese momento de pasión, todo ese arrebato de amor entre los dos jóvenes, el acto quizá más privado de la vida, había sido subrepticiamente filmado, y la película la habían visto por lo menos dieciséis estudiantes diferentes.
Susan demandó a Daniel, y tras cinco años de pleito en el tribunal, el juez dio su fallo. Daniel Boyles debía pagar a su ex novia un millón seiscientos mil dólares por el ultraje sufrido.
Este caso nos mueve a varias reflexiones. En primer lugar, ¿a qué está llegando nuestra juventud cuando el amor libre es común y corriente? Estos mismos jóvenes son los que mañana han de formar las familias que suponen ser células sanas de una sociedad también sana. ¿Será esto posible?
En segundo lugar, nos lleva a reflexionar sobre la ubicuidad e indiscreción de los aparatos electrónicos. Hoy en día no se sabe si se está grabando una conversación telefónica, o si se está filmando alguna escena que se quiere guardar estrictamente en privado. Las grabadoras y las filmadoras se han constituido en espías, y son fieles en hacer su trabajo. Estos son los oídos y los ojos que todo lo oyen, todo lo ven y todo lo graban, para revelarlo después con la mayor indiscreción.
En estos últimos tiempos, grandes políticos, importantes ejecutivos y prominentes funcionarios del gobierno han sido avergonzados cuando grabadoras que los escucharon y filmadoras que los vieron han revelado que no son las personas honestas y decentes que ellos pretenden ser. Es el caso del invento del hombre volviéndose contra el hombre mismo.
¿Qué podemos aprender de esto? En primer lugar, que debemos cuidarnos de las grabadoras y de las cámaras escondidas. Estas podrán mañana ser nuestra ruina. Pero hay otro consejo mil veces más importante. Llevemos siempre una vida de la cual nunca tengamos que avergonzarnos. Esto es posible cuando la vida está en conformidad con las enseñanzas de Cristo. La persona que tiene a Cristo como Maestro, Dueño y Señor, nunca tendrá que temer ser expuesta.