19 ago 2005

«El reino de los cielos es de quienes son como ellos»

por el Hermano Pablo

El día estaba brillante y hermoso, verdadero día tropical. Las montañas verdinegras lucían su incomparable belleza. El camino serpenteante entre cerros y selvas invitaba a caminar. Y por ese camino, y entre esas montañas, y debajo de ese cielo, corría un autobús escolar lleno de niños.

Era en el oriente de Honduras, el país centroamericano más ondulado y montañoso. Una maestra, Dorotea Hutch, norteamericana de cincuenta años de edad, conducía el autobús.

Al intentar cruzar el río Choluteca, el autobús cayó al río, y la maestra Hutch, más veinticinco niños, perecieron. Viendo tanto niño muerto, personas piadosas, recordando las palabras de Jesucristo en la Biblia, se consolaron con una sola frase: «El reino de los cielos es de quienes son como ellos» (Mateo 19:14).

Cuando ocurren tragedias como esta, en que mueren muchos niños inocentes, la primera reacción que sentimos es el horror, la confusión. Nos parece una terrible injusticia, la cual Dios debió haber evitado. Estamos dispuestos a aceptar la muerte de ancianos decrépitos y de criminales perversos. Pero la muerte de un niño nos parece siempre algo injusto.

Y hay razón en esto. Los niños son la esperanza del futuro. Padres y madres, maestros y gobernantes, poetas y pensadores, sociólogos y religiosos, todos concuerdan: los niños son la esperanza del mañana.

Pero los niños crecen. De niños se hacen adolescentes; de adolescentes, jóvenes; de jóvenes, adultos; de adultos, viejos, y lo que era la esperanza del mañana se convierte tristemente en la desesperación de hoy.

Jesús vio a los niños de un modo diferente. No vio precisamente que son «la esperanza del mañana» sino que «el reino de los cielos es de quienes son como ellos». Y dijo bien, porque la esperanza del manaña es incierta, mientras que el reino de los cielos es algo cierto, tangible, palpable, concreto.

Jesús no vio una esperanza problemática del mañana, sino algo actual, indiscutible, evidente, sólido. Y nos dio a entender que el reino de los cielos es de los niños, como lo es también de los adultos que se vuelven como niños.

Así que el reino de los cielos le pertenece al niño, al joven y al adulto, a cada uno que le da su corazón a Cristo y le rinde su voluntad. Hagamos de Cristo nuestro Señor y nuestro Salvador hoy mismo.

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