Lo hallaron tendido de espaldas: la mirada vidriosa, fija en un algún punto del infinito; los brazos tendidos hacia atrás y doblados como quien se abrazó a la última esperanza y la tuvo que soltar; los largos cabellos canos como si fueran la cera derramada de las velas funerales haciendo de almohada a su cabeza; y la boca abierta, bien abierta, sin poderla cerrar.
Tenía metidos en la boca 200 dólares en francos franceses. Alguien había matado a Walter Kimberly, americano que vivía en París, viejo avaro y prestamista, ahogándolo al hacerle comer todo ese dinero.
«Murió como quiso vivir —dijo la policía—: tragando dinero.»
El amor al dinero es la pasión universal. ¡Cómo se gana dinero, cómo se gasta, cómo se acumula, cómo se presta, cómo se desperdicia, cómo se roba y cómo se falsifica!
Por dinero se venden almas, se oprimen conciencias, se comprometen hombres y se prostituyen mujeres. Por dinero se envilecen políticos, se ofuscan artistas y se arruinan religiosos. Y por dinero narcotraficantes esclavizan a jóvenes y destruyen a la sociedad. El dinero maneja al mundo a tal grado que el billete de banco y la tarjeta de crédito han llegado a ser los dioses mayúsculos de casi todas las personas.
La Biblia tiene mucho que decir sobre la esclavitud al dinero. El proverbista Salomón afirma: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente» (Eclesiastés 5:10). El profeta Jeremías dice: «El que acapara riquezas injustas es perdiz que empolla huevos ajenos. En la mitad de la vida las perderá, y al final no será más que un insensato» (Jeremías 17:11). San Pablo sostiene: «... el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores» (1 Timoteo 6:10). Y el apóstol Santiago señala: «Se han oxidado su oro y su plata. Ese óxido dará testimonio contra ustedes y consumirá como fuego sus cuerpos» (Santiago 5:3).
Ya que lo que nos consume se convierte en nuestro dios, si nuestra vida está entregada únicamente al almacenamiento de dinero, nos pasará como predice el apóstol Santiago: dará testimonio contra nosotros. Hagamos del Dios de los cielos el Dios de nuestro ser. Así, tengamos o no bienes en esta tierra, tendremos la paz que produce el someternos a Cristo.