Cubo tras cubo, el hombre fue llenando la bañera de hielo. Usó todos los cubos que había en el refrigerador y compró, además, bolsas de hielo en el mercado. Puso también entre los cubos de hielo una botella de champaña, y dejó dos copas al alcance de la mano. Se preparaba para un brindis especial.
Sin embargo, en la bañera había algo más. Allí estaba, congelándose, el cadáver de su esposa. Mitchell Dunham, de treinta y un años de edad, habiendo perdido, por la leucemia, a su amada esposa Ann, quería conservarla —decía él— hasta que volviera a la vida.
Mitchell y Ann habían sido una pareja ideal. Se conocieron desde niños. Fueron juntos a la misma escuela. Asistieron a la misma iglesia. Participaron de las mismas fiestas juveniles. A los veinte años la amistad se convirtió en amor, y el amor los unió en matrimonio. Pero la leucemia tronchó la felicidad de ambos. Ann murió a los treinta años de edad, y el esposo, para poder contemplarla por más tiempo, y con la esperanza de una reanimación imposible, la colocó en la bañera rodeada de hielo. Ante tantos matrimonios que apenas se aman, sin más fuego que el de la noche de bodas, aquel hombre demostró que el amor de ellos era puro y duradero.
¿Por qué no puede toda pareja gozar de esa felicidad indecible? ¿Acaso es inevitable que todo matrimonio termine en divorcio? Confrontados con las estadísticas que dicen que uno de cada dos matrimonios termina en fracaso, algunos tal vez se pregunten si es ineludible que todo matrimonio termine en divorcio.
Sin embargo, la respuesta es no. No es necesario que ese momento mágico del intercambio de votos matrimoniales termine en divorcio. Hay también matrimonios sanos, puros y fieles que duran treinta, cuarenta, cincuenta y más años. Y así puede ser el de cualquier pareja.
Hay que comenzar tratando con seriedad esos votos conyugales. Amor puro es el resultado de una decisión, no de una pasión emocional. La pasión sola termina tan pronto como llega. La determinación de tener para siempre un matrimonio fiel estabiliza los cimientos de esa unión.
¿Queremos asegurar el bienestar de nuestro matrimonio? Sometamos nuestra vida al señorío del Señor Jesucristo. Él cambiará la incertidumbre en largos años de amor y fidelidad. Él hará de nuestro matrimonio una gloria aquí en la tierra.