2 jun 2005

Dos vidas, dos cerebros, una sola bala

por el Hermano Pablo

Decían que habían nacido el uno para el otro. Él tenía 18 años y se llamaba Mike. Ella tenía 15 y se llamaba Lindsey. «Tenemos un mismo corazón, una misma alma —sostenían—. Y tendremos también un mismo cuerpo.» Pero las familias no estaban de acuerdo. No veían las cosas como las veían aquellos jóvenes. Se oponían a que tuvieran relaciones amorosas y a que se casaran.

Un día Mike y Lindsey juntaron estrechamente sus cabezas. Él se colocó un revólver en la sien e hizo un solo disparo. La bala atravesó su cabeza y se incrustó en la cabeza de su novia. Mike murió; Lindsey quedó viva, pero con daño cerebral. Dos vidas, dos cerebros, un solo pensamiento, una sola bala y una sola consecuencia destructora.

Son muchos los jóvenes que se enamoran por primera vez y se convencen de que son el uno para el otro. Todo lo ven lindo, todo lo ven bueno, todo lo ven razonable. Piensan que el mundo es de ellos y que todo el mundo debe aprobar sus amores. No comprenden cuando no les resulta así.

Hay amores que nacen en la juventud, aun en la adolescencia, y duran toda la vida. Son amores que nacen con el sello de la eternidad. Pero no todos los amores tienen la misma dicha. La inmensa mayoría de los amores juveniles no son más que pasiones pasajeras, fiebres primaverales. Si no terminan de otra manera, terminan por aburrimiento. El amor que dura largos años suele venir un poco más tarde en la vida.

A los jóvenes me dirijo. El noviazgo, el matrimonio, el formar una familia, son etapas muy serias como para ser tomadas a la ligera. Deben ser consideradas con mucha paciencia y cordura. La palabra clave es «paciencia». Por la poca edad, no todos tendrán madurez, pero todos sí pueden tener paciencia. No hay quien no pueda esperar seis meses más, o hasta un año.

Joven, no apresure las cosas. La vida tiene sus etapas lógicas, sus tiempos oportunos. No hay que hacer de la noche día. No hay que sacudir el reloj de arena para apresurar el proceso. Los noviazgos y los casamientos prematuros rara vez tienen un final feliz.

Déle tiempo a lo que vale. Más aún, busque en Dios la nota tónica de la vida. Siga las enseñanzas de Cristo. Pida de Él la fuerza moral para vencer las pasiones. Vaya despacio. La vida es larga y habrá suficiente tiempo para emprender una nueva etapa juntos. Ponga su futuro en las manos de Dios.

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