15 nov 2005

Un irreprimible deseo de casarse

por el Hermano Pablo

«Ese es mi último deseo —dijo Anna Turrinelli, de sesenta y ocho años de edad—. Es la última petición que le hago.» Y el sacerdote, de Génova, Italia, salió a la calle a hacer lo que se le había pedido. La anciana se moría. Quizá no pasaría de esa noche.

¿Cuál era su deseo? Que se le hallara un esposo. «Quiero tener un esposo que me llore cuando muera —había dicho Anna—. Le pagaré diez mil dólares al que acepte casarse conmigo. Pero él no ha de saberlo sino hasta después de que yo parta de esta vida.»

El sacerdote encontró a Antonio Pulacci, de treinta y ocho años de edad, que aceptó casarse con Anna. A las seis horas de realizada la ceremonia, la anciana murió, y Pulacci, un hombre pobre y sin trabajo, de repente se hizo acreedor a diez mil dólares. Fue uno de los matrimonios más extraños de Italia.

Ha habido muchos matrimonios extraños en esta vida. A una novia que estaba en Baltimore, Estados Unidos, y a su novio que estaba en Arabia Saudita, los casó un ministro que se hallaba en Londres, Inglaterra. Lo hizo todo por teléfono. Una pareja de paracaidistas se casó mientras descendían en paracaídas desde tres mil metros de altura. Parejas de buzos se han casado en el fondo del mar. Domadores de fieras se han casado en una jaula de tigres. Jóvenes se han casado teniendo serpientes enroscadas alrededor del cuello.

Estas son excentricidades, rarezas de personas que gustan de cosas insólitas. La verdad es que la forma o el lugar donde uno se casa no es lo que determina su felicidad. ¿Qué es entonces lo que asegura el éxito, tanto en armonía como en largos años de vida, de un matrimonio?

Todo matrimonio que espera ser feliz durante muchos años tiene que comenzar con amor puro, amor que va más allá de una atracción sexual, amor de alma, amor de corazón, amor que no puede ser movido por ninguna ráfaga de viento emocional.

Todo matrimonio que espera ser feliz debe tener respeto mutuo, amistad sincera y fidelidad absoluta. El ser humano dominado por su egoísmo y su obstinación echa a perder el plan divino para su vida. Pero todo matrimonio que se encuentre en naufragio puede ser rescatado.

Hagamos de Jesucristo el Señor de nuestra vida. Permitamos que Él domine nuestra voluntad. Así habrá armonía, felicidad y permanencia en nuestro matrimonio.

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