25 nov 2005

«¡El diablo está en mi cabeza!»

por el Hermano Pablo

Fue una destrucción vandálica, tal como suele verse en los programas violentos de televisión. La estación de policía fue casi destrozada, y la emisora radial, única comunicación del pueblo con el exterior, inutilizada. El pequeño aeropuerto fue destruido; la única clínica del poblado, puesta fuera de servicio; y la escuelita, hecha polvo.

Toda esta destrucción la efectuó en menos de una hora Jack Naviaxie, joven esquimal de la aldea de Umiujaq, Bahía de Hudson, Canadá. Mientras realizaba todos esos destrozos, que costaron más de un millón de dólares, el joven gritaba en su dialecto esquimal: «¡El diablo está en mi cabeza! ¡El diablo está en mi cabeza!»

La furia descontrolada, y su secuela, la destrucción sin sentido, están llegando a las regiones más frías de la tierra. Umiujaq es una aldea de pescadores esquimales en la Bahía de Hudson en el norte de Canadá.

Jack Naviaxie era un joven de veintidós años que siempre había sido calmado. Su único contacto con el resto del mundo era a través de la televisión. Y su héroe favorito era Sylvester Stallone, el famoso «Rambo» de tantas películas violentas. ¿Podrá haberle venido de allí ese rapto de locura destructiva?

Ya sea por la televisión o por cualquier otro conducto, en todo el mundo se respira un clima de violencia y de furia. No es extraño que algo se le haya metido en la cabeza al joven esquimal para hacer lo que hizo.

El tema de si la televisión es la que engendra actos de violencia, o si es la violencia la que inspira esos dramas de televisión, seguirá discutiéndose sin fin. Los productores de programas dicen que la televisión recoge la violencia de las calles. Y la violencia —dicen otros— la provocan esos dramas que se pasan por televisión. Lo cierto es que, de cualquier modo, nuestros jóvenes se han convertido en victimarios y víctimas de la sangre que se vierte sin conciencia.

Sólo Jesucristo neutraliza la violencia. Lo hace neutralizando la inquietud, el odio y la furia que bulle en el corazón del ser humano. Sólo Cristo calma las tormentas del alma. Sólo Él da paz perfecta. No puede haber odio donde Cristo es Señor, porque no se puede servir a dos señores. Vivamos libres de confusión. Coronemos a Cristo como Rey de nuestra vida.

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