Era la una y media de la madrugada, y María Guzmán, de quince años de edad, y su compañera, Antonia, de catorce, deambulaban por las calles de la gran ciudad. Al pasar Josué Santos en su auto, le solicitaron que las llevara a su casa. Santos abrió la puerta, y María y Antonia entraron al vehículo.
A las pocas cuadras María extrajo un revólver y le ordenó a Josué: «¡Déme todo su dinero!» Santos, para sorpresa de las muchachas, sacó también un arma y disparó contra la joven armada. María, aunque herida, disparó de vuelta, y cuando el enfrentamiento llegó a su fin, María estaba muerta, y Santos, gravemente herido. Con apenas quince años de edad, María ya había hecho pacto con la muerte.
Lamentablemente este caso, un asalto en la madrugada, que esta vez resultó mal para la asaltante, es un suceso común en las grandes ciudades. Casi siempre la víctima de un asalto queda paralizada, y si no la dejan muerta, le roban todo lo que lleva. Pero otras veces, como en este caso, la víctima también está armada, y es el asaltante el que puede salir perdiendo.
Lo que asombra, que obliga a la reflexión, es la edad de las dos jóvenes: catorce y quince años. ¿Qué andaban haciendo a la una y media de la madrugada, solas por la calle, esas dos adolescentes? ¿Dónde hallaron el arma? ¿Y qué las impulsó a cometer el asalto?
Las respuestas incluyen palabras y frases como «hogar deshecho», «abandono», «orfandad», «droga», «prostitución», «ruina moral» y «desastre espiritual». Pero inevitablemente conducen a palabras tales como «policía», «juicio» y «cárcel».
Una frase ya trillada es: «Nuestros adolescentes están perdidos.» La repiten clérigos, periodistas, sociólogos, políticos y educadores, y aunque a fuerza de ser repetida está perdiendo interés, para la persona que piensa y que todavía tiene conciencia moral, la frase sigue teniendo mucha importancia.
¿Acaso podremos salvar a nuestros hijos antes que se lancen a la calle? Sí podemos. La base más segura para el joven es su propio hogar. Y cuando el hogar es firme y estable, y hay en él fuertes valores morales, con Cristo como el Señor, ese hogar se salvará del naufragio.
Invitemos, pues, a Cristo a que sea el Señor de nuestro hogar. Él lo hará un refugio en el que hay paz, comunión, armonía y seguridad para toda la familia, incluso los adolescentes.