8 jul 2006

Equivocado de la fe religiosa

por el Hermano Pablo

Ocurrió en el estado de Wisconsin, Estados Unidos. Dos hombres andaban predicando la fe en Dios y la confianza absoluta en la Biblia. Ambos eran jóvenes inteligentes. Uno tenía treinta y el otro treinta y cuatro años de edad. Eran muy sinceros en su prédica, y llegaban al corazón de la gente sencilla que los escuchaba.

En dos oportunidades anteriores, para demostrar de modo palpable su fe, se habían hecho picar por serpientes de cascabel. Nada les había sucedido, fuera de una leve inflamación en el brazo donde estaba la mordedura. Envalentonados por esta manifestación de lo que ellos decían era una fe invencible, decidieron hacer una prueba más.

Apoyados en el texto del Evangelio según San Marcos, capítulo 16, que dice: «cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno», se bebieron, cada uno, sendas copas de estricnina. El terrible veneno hizo su efecto natural, y ambos predicadores murieron al poco rato.

Ante esta noticia nos preguntamos: ¿Quién fue, o qué fue lo que falló aquí? ¿Falló Dios, que no pudo salvar la vida de dos hombres sinceros? ¡No, mil veces no! Dios nunca falla y es siempre el mismo Señor: omnipotente, omnipresente y omnisciente. ¿Falló entonces la Palabra de Dios, que promete algo que no se cumplió? Tampoco. La Biblia es tan infalible como Dios mismo. La Biblia tiene promesas firmes, seguras, eternas, inquebrantables. La Biblia no falló. ¿Falló entonces la fe de los dos hombres? Tampoco. Ellos tenían una fe muy sincera en lo que leían y predicaban. No eran hombres engañadores; eran hombres sinceros.

¿Qué fue, entonces, lo que falló? Falló la sabiduría de ambos, que creyeron que podían manejar a voluntad propia la voluntad de Dios. Muchas personas verdaderamente religiosas fallan por lo mismo. Creen que pueden manejar a su antojo y sin ninguna urgencia, todo el poder divino, y levantarse por encima de fuerzas y poderes naturales y celestiales.

La fe tiene que acompañar la sabiduría, la mansedumbre y el sentido común. La fe en Cristo, cuando acepta sumisa toda su sabia voluntad, sí es fe genuina, útil y provechosa.

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