6 oct 2006

Tres vidas inútiles

por el Hermano Pablo

La multitud estaba armada de palos, piedras y cuchillos. Y estaba furiosa: vociferaba, insultaba y amenazaba. Se parecía en esto a aquella multitud enfurecida que fue de noche al huerto para arrestar a Jesús.

Esa multitud moderna de la ciudad de São Pablo, Brasil, iba en persecución de Careca, un jovencito de trece años de edad; de Dinguela, de dieciocho años; y de Fuscão Preto, de veinte. Los tres jóvenes habían asaltado y lastimado a un hombre, así que la multitud siguió tras ellos para apresarlos, condenarlos y lincharlos.

Al enterarse de la muerte de los muchachos, la multitud salió a la calle para celebrar el acontecimiento con cohetes. Una mujer exclamó: «¡Hoy es el día más feliz de mi vida!» Y el padre de Careca, el chico de trece años, dijo: «No culpo a nadie de su muerte. Mi hijo murió porque así lo quiso la vida.»

Muchas reflexiones surgen en nuestra mente mientras leemos noticias como ésta. La primera corresponde al estado actual de nuestra sociedad, donde robos, asaltos y homicidios por cualquier motivo suceden a cada paso. La segunda reflexión tiene que ver con las decisiones que toma el pueblo de hacer justicia por su propia cuenta, harta de ver a las fuerzas del orden completamente impotentes e ineficaces para imponer precisamente el orden y la justicia. Y la tercera es sobre la amarga conclusión a la que llegó el padre de Careca: «Mi hijo murió porque así lo quiso la vida.»

Puede ser que la vida que llevaban estos tres jóvenes —una vida de violencia, delito e ilegalidad— haya determinado, de cierto modo, el triste fin que tuvieron los tres, y así podría decirse: «La vida lo quiso así.» Pero no es necesario que la vida quiera lo malo para nosotros.

La vida se desarrolla según lo que vamos sembrando en ella. Si sembramos de continuo el mal, claro que vamos a cosechar el mal. Pero si sembramos el bien, la bondad, la paz y la justicia, entonces vamos a cosechar esas mismas cosas.

Más allá y por encima de lo que quiere la vida está lo que quiere Dios. Y lo que Dios quiere para cada uno de nosotros es el bien, la paz, la buena vida y la felicidad. Hagamos de Cristo nuestro Señor y Salvador, y nuestra vida conocerá el bien.

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