13 oct 2006

El don de la vida

por el Hermano Pablo

La fiesta proseguía llena de bullicio y alegría. Era una fiesta comunal en Alajuela, Costa Rica, que se celebraba en conmemoración de la Navidad. Había juegos, había luces, había música, y había esa exaltación desbordante del pueblo cuando se pone alegre.

Jimmy Alberto Zamora, joven de escasos quince años, había ido a la fiesta junto con toda su familia. Él también estaba alegre, feliz, divertido. De pronto, lo inesperado, lo imprevisto, lo fatal. Una bomba de estruendo, de esas que se usan para animar más la fiesta, estalló cerca de él.

Jimmy sufrió graves heridas. Lo trasladaron de inmediato al hospital, pero los esfuerzos de la ciencia fueron inútiles. Falleció al día siguiente.

¡Qué efímera y débil es nuestra pobre vida humana! ¡Y qué paradojas y contrastes suelen producirse en ella! Jimmy Alberto fue a esa fiesta lleno de alegría como todos los jóvenes de su edad. Nunca pensó, mientras se ponía su ropa nueva y se acicalaba, que ese día sería el último de su vida. Pero sí fue.

Un día una mujer sabia del antiguo Israel le hizo una advertencia al rey David, que por entonces se creía lleno de vida y de salud: «Ciertamente —le dijo— somos como aguas derramadas sobre la tierra, que no pueden volver a recogerse» (2 Samuel 14:14).

Así es la vida humana. Una vez que cae en tierra, ya no puede volver a recogerse. Ya sea que se muera joven y en plena fiesta, como Jimmy Alberto, o que se muera viejo y cargado de años, la muerte es definitiva para todos.

Cada uno de nosotros ha recibido, como don de Dios, la vida terrenal. Nadie sabe cuánto durará esa vida. Pueden ser pocos años o pueden ser muchos. Pero todos tenemos allá, en un nebuloso futuro, un día implacable que nos está esperando. Puede ser en una fiesta o puede ser en una guerra. Pero ese día nos espera.

Por lo tanto —aconseja la Biblia—, si hoy oímos la voz de Dios, hoy debemos obedecerla, porque «éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!» (2 Corintios 6:2).

Decidámonos de una vez. La vida humana es breve, insegura e imprevisible. Hoy es necesario, mientras tenemos la oportunidad, reconciliarnos con Dios por medio de Jesucristo. Él murió por nosotros en la cruz para que podamos recibir hoy la vida eterna.

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