La idea consistía en construir una aldea típica, a la antigua, para que aventureros del exterior llegaran a pasar algún tiempo en ella. Se albergarían en chozas con tejado de paja, dormirían en hamacas, cocinarían al aire libre sobre una fogata, y cazarían animales con lanzas, cerbatanas y dardos que tienen puntas venenosas. A Esteban Saint, embajador extraoficial de la tribu, le dijeron: «Anúnciele a la gente que venga a vernos, y nosotros les mostraremos cómo vivimos.» Fue como resultado de ese plan de turismo que, por primera vez en la historia, abrieron una cuenta corriente en un banco ecuatoriano los Huaorani, conocidos también como los aucas.
A fines de 1996 un grupo de treinta y cuatro universitarios del estado de Washington, por medio de Esteban, hicieron los preparativos para internarse en la selva amazónica donde los indígenas los estaban esperando. Aquellos jóvenes extranjeros no se veían muy diferentes de los indígenas que serían sus guías y anfitriones, pues tenían tatuajes en todas partes del cuerpo, y aretes en las cejas, en la nariz y en la lengua, además de las orejas. Una de las jóvenes tenía un novio que se había jactado ante ella de haber desarrollado una nueva técnica de hacer agujeros en las orejas: estiraba el agujero a tal grado que la persona podía ponerse allí un tapón en vez de un simple arete. De todas partes del noroeste de los Estados Unidos la gente acudía a este ingenioso artista del tatuaje para que les hiciera tales agujeros en las orejas. Durante el viaje, cuando la novia les explicó la técnica a sus compañeros de turismo, se le acercó una de las mujeres de la tribu y le mostró su oreja con una perforación tan grande o mayor como las que ella acababa de describir. Ante esto, la ingenua gringa, decepcionada, exclamó: «¡Ese embustero de mi novio me dijo que fue él quien desarrolló esta técnica!» 1
Esta anécdota nos lleva a hacer una pregunta común en ciertas adivinanzas: ¿En qué se parecen aquel joven artista del tatuaje y Don Quijote de la Mancha? En que tanto «el ingenioso hidalgo» de Miguel de Cervantes como el ingenioso artista de la anécdota eran a la vez ingenuos. Por una parte eran inventivos, y por la otra, inocentones.
Eso mismo les ocurre a las personas que se ingenian su propia salvación mediante las buenas obras, las penitencias y el no hacerle mal a nadie. Todo eso es muy bueno, pero no es lo que nos salva sino lo que Dios espera de quienes ya hemos sido salvados. Lo que nos salva sucedió hace unos dos mil años: Son los agujeros en las manos, los pies y el costado que padeció Jesucristo al morir en la cruz por nuestros pecados. Dejemos, pues, de ser ingenuos al pensar que nos ha de salvar nuestra noble conducta. En vez de ingeniarnos los medios para nuestra salvación, menospreciando así lo que el Hijo de Dios ya hizo por nosotros, aceptemos con plena gratitud aquel sacrificio que le costó su vida misma.
1 | Grabación en casete de Esteban Saint, orador en la Trigésima Reunión Plenaria de los Socios del Instituto Lingüístico de Verano, Lancaster, PA, EE.UU., 14 junio 1997. |