Todas las mañanas salía a pedir limosna. No hacía mucho recorrido: sólo seis u ocho casas del barrio. Golpeaba a la puerta y, cuando salían a atenderle, decía: «Señora, tengo hambre y mis hermanitos necesitan leche.» ¿Quién hacía esto? Andrés Hernández, pequeño habitante de una de las ciudades de México. ¿Su edad? Ocho años.
Su madre, Brenda Hernández, se iba de la casa dejándolo a él y a dos hermanitos abandonados durante varios días. Los dejaba sin dinero, sin comida, sin madre. Brenda era adicta al «crack», esa forma barata y violenta de la cocaína, y su adicción era más fuerte que su amor y responsabilidad de madre.
Hay muchos casos ya, en todas las grandes ciudades del mundo, de niños abandonados por sus padres. El caso de Brenda y sus hijos es típico. Ella nació en Centroamérica y emigró a México. Alguien la inició en el uso de las drogas. ¿Hijos? Tiene tres. ¿El padre? Anda por ahí, engendrando a otros.
La quiebra del hogar es una tragedia que socava los cimientos de toda sociedad. De hogares deshechos con padres irresponsables nacen niños resentidos, amargados y frustrados, que pronto ingresan en la delincuencia. Vienen al caso las palabras de Guillermo Valencia, poeta colombiano:
¿Quién me dirá si un huevo es de torcaz o víbora?
¡Nadie puede saber lo que con el tiempo asoma!
El hombre, como el huevo, en nidos de dolor será serpiente,
en nidos de amor será paloma.
Y de estos «nidos de dolor» hay millares en todos los países del mundo. No es de extrañarse que cada vez haya más jóvenes delincuentes y niñas que se entregan a la prostitución. De nidos de dolor, de madrigueras violentas, de hogares irresponsables, no nacen más que serpientes.
Pero esto no es lo que se propuso nuestro Creador. Estos no son los hogares en que Él pensó cuando puso a la primera pareja humana en el Jardín del Edén. Dios pensó en una pareja amorosa, sana, buena y responsable.
El Señor Jesucristo puede cambiar la condición de todo el que lo busca. Él puede cambiar nuestra jaula en jardín. Él puede y quiere darnos un nuevo corazón. Entreguémosle nuestra vida a Cristo. Él transformará nuestro hogar.