Eran tres letras, escritas con aerosol en la pared de un establecimiento comercial. Habían sido escritas por tres muchachos de la comunidad. Este era otro acto de vandalismo cometido en ese barrio de Los Ángeles, California. Las tres letras eran: «W D C». Son las primeras letras de tres palabras en inglés: «We Don’t Care.» Traducido al español: «A nosotros no nos importa.»
Los tres muchachos habían tomado la frase como insignia. Uno de ellos, Mike Harris, de diecisiete años de edad, había matado a un hombre al asaltar una tienda. Raúl Gómez, de quince, había violado a una niña de diez años de edad. David Askew, de diecisiete, había asesinado a una pareja de ancianos. Los tres enfrentaban un proceso judicial, pero a pesar de eso seguían repitiendo: «A nosotros no nos importa.»
Ésta es la filosofía de muchos jóvenes hoy en día. ¡Nada les importa! No les importa el honor. No les importa la familia. No les importa su integridad. Y tampoco les importa su educación, ni su carácter ni su futuro. No quieren saber de nada: ni de cultura, ni de libros, ni de ideales ni de llevar una vida recta.
¿Qué es lo que persiguen? Buscan el sexo, buscan las drogas, buscan la independencia, buscan el libertinaje. Nada les interesa, nada les importa, nada les impresiona, ni aun la posibilidad de pagar con su vida los crímenes que cometan. Lo único que para ellos vale es lo que pueda traerles satisfacción inmediata.
¿De dónde viene este cinismo? ¿Por qué tanto desprecio por los padres, la familia, el hogar y la iglesia? ¿Podrá ser porque nuestros adolescentes son víctimas del mundo que les han legado los adultos? Sea lo que sea, lo cierto es que vivimos en un mundo dado a las pasiones sensuales y dedicado a la posesión de bienes materiales. ¿Qué esperanza, entonces, puede haber para la juventud de nuestros días?
En medio de esta confusión moral, existe todavía el milagro de la redención. Nunca debemos dejar de creer en Dios. Él transformó la vida perdida de Saulo de Tarso convirtiéndolo en San Pablo, el más noble y vigoroso predicador del Evangelio del primer siglo.
¿Hay esperanza para nuestra juventud? Sí, la hay. Cristo es el mismo ayer, hoy y para siempre, y lo que ha hecho en la vida de millones de personas a través de los siglos lo sigue haciendo en la actualidad. El mensaje del apóstol Pablo es: El evangelio de Cristo «es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Romanos 1:16).
Nunca perdamos la fe. Nunca dejemos de creer. Dios quiere salvar a niños, jóvenes, adultos y ancianos. Si creemos en el Señor Jesucristo, seremos salvos.