No era la ruta de Don Quijote, pero fue casi igual de larga, unos trescientos kilómetros. Y no los movía un ideal loco sino el rescate de alguien en necesidad. Y no los animaba el fuego español sino el calor de familia.
Eran tres niños: Manuel, de trece años; Miguel, de nueve; y Javier, de seis, que junto con su padre Manuel Manzano Moreno caminaron a pie desde Córdoba, España, hasta Madrid, la capital. La caminata les tomó seis días.
El propósito del viaje era pedir el indulto de su madre, Pilar, condenada a tres años y seis meses de prisión, por narcotráfico. Aun sin conocer el resultado de su misión, no podemos menos que ver en esto una caminata de amor. Iban con un solo motivo: pedir el perdón para una madre que cometió un error. No tan brillante, quizá, como la caminata de Don Quijote, pero igualmente movida por un impulso de amor.
Si hay algo que nos conmueve en esta crónica, es ver a una familia unida con un solo propósito: tratar de ayudar a la esposa y madre a salir de su dilema. En estos días cuando la familia se está deshaciendo, cuando valores como la fidelidad, el respeto y el amor son muchas veces ignorados, cuando el divorcio, acompañado del abandono de niños, destruye uno de cada dos hogares, nos conviene detenernos y dar gracias a Dios que, a pesar de que hubo una infracción de leyes, había también una genuina demostración de amor, unidad y compasión dentro de ese núcleo familiar.
¿Podríamos reflexionar, por unos momentos, acerca de la condición de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de nuestros hijos? ¿Hay en nuestro hogar honra, amor, fidelidad y respeto? ¿Amamos de corazón a nuestro cónyuge?
¿Cómo tratamos a nuestros hijos? ¿Ven ellos en nosotros, los padres, cariño, dirección, ejemplo y amor? ¿Se sienten ellos seguros en la presencia de sus padres?
¿Y cómo responden nuestros hijos? ¿Aman, respetan y honran a sus padres? ¿Obedecen, en humildad, los deseos sanos de ellos?
Si no nos detenemos para responder a estas inquietudes, no sabremos por qué no hay paz en nuestro hogar. Leamos la Biblia juntos. Hablemos con Dios en oración. Démosle entrada a Cristo en nuestro hogar. Él traerá consigo el bálsamo de suavidad que dará armonía a toda la familia.
No vivamos más sin Dios.