Seiscientos sesenta y seis

7 jul 2009

Ocurrió en la sección aristocrática de una de las áreas prósperas del sur de California. El número de la casa era el 600 de la calle Arroyo. La hora del suceso: las doce de la noche. Dentro de la casa había seis adolescentes: tres muchachas y tres jóvenes, todos ellos hijos de familias pudientes, y todos estudiantes.

De pronto se armó un tiroteo entre ellos. Las tres niñas cayeron al suelo con heridas mortales en la cabeza. Los tres jóvenes huyeron despavoridos. Una sola pista tuvo la policía: en la casa había sesenta latas vacías de cerveza.

Lo triste del caso es que los seis jóvenes eran amigos, sin ninguna rivalidad, ningunos celos, ningún odio. ¿Por qué entonces ocurrió la matanza? La conclusión era evidente: lo declaraban las sesenta latas vacías de cerveza.

Sin querer, se formó en esta historia policial el célebre número bíblico 666. El número de la casa era 600. Sesenta latas vacías de cerveza daban cuenta de la actividad. Y eran 6 los jóvenes involucrados en la revuelta.

Según algunos intérpretes bíblicos el 666 es el número de la bestia apocalíptica. Dicen ellos que se refiere al gran sistema humano mundial compuesto de religión, cultura, ciencia, filosofía, e ingeniería genética y social, y que propone negar la soberanía de Dios, hacer caso omiso de sus leyes morales, y desmentir su influencia sobre la humanidad.

En este caso de Pasadena, California, podemos decir que la bestia que se puso en juego, sin necesidad del número 666, fue la bestia antigua que dormita debajo de una capa de civilización, cultura y buenos modales.

En pocas palabras, se trata de la bestia del pecado escondida debajo de una pátina de aparente refinamiento, lista para estallar dondequiera que halle el primer ambiente propicio, como por ejemplo muchachos sin ambición, música rock, sexo libre, y sesenta latas de cerveza.

¿Cuándo habremos de reconocer que la gran mayoría de las tragedias de la vida las provocan las demandas perversas de nuestro propio corazón? El profeta Jeremías lo expresó con autoridad divina: «Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?» (Jeremías 17:9).

¿Hay algo que podemos hacer para evitar tales tragedias? Sí, podemos pedirle a Dios un cambio de corazón. Cuando permitimos que Cristo sea nuestro Señor y Dios, algo grandioso ocurre en nuestra vida. Él nos da un nuevo corazón. Busquemos, en humildad, la gracia de Cristo. Él nos está esperando.

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