Plaga universal de divorcios

2 jun 2009

Vladimir y Ntieska, perdidamente enamorados, se dieron mutuamente el «sí» en un juzgado de Moscú. Antoine y Michelle, perdidamente enamorados, se dieron mutuamente el «sí» ante un juez en Basilea, Suiza. Steve y Melody, perdidamente enamorados, se dieron mutuamente el «sí» en un juzgado de Los Ángeles, California. Y Kang y Tanako, perdidamente enamorados, se dieron mutuamente el «sí» ante un juez en Osaka, Japón.

Antes de cumplirse el año de casados, Vladimir y Natieska, Antoine y Michelle, Steve y Melody, y Kang y Tanako —los ocho— se estaban divorciando en un juzgado en sus respectivos países: Rusia, Suiza, Estados Unidos y Japón.

«Dos de cada tres parejas se divorcian antes del año de casados en esos países —revela una ominosa estadística—, y la mayor causa del divorcio es el aburrimiento, acompañado de infidelidad y desavenencia.»

La causa de estos divorcios no era la pobreza: todas las parejas tenían buenos medios de subsistencia. Tampoco era la enfermedad: todas eran personas sanas, dadas al deporte. Ni era las diferencias ideológicas: todas creían lo mismo antes de casarse.

Tampoco tenía nada que ver la religión. Los rusos eran ateos, los suizos eran católicos, los norteamericanos eran protestantes, y los japoneses eran sintoístas. La religión de cada pareja no influyó de manera decisiva en su divorcio.

El problema fundamental —según afirman los psiquiatras y los sociólogos— es el aburrimiento, un aburrimiento fatal que empieza a invadir a las jóvenes parejas al mes de casados cuando comienzan a pasar tres o cuatro horas cada noche mirando juntos, insulsos, vacíos, rutinarios y aburridos programas de televisión.

¿Es la televisión un enemigo declarado de la felicidad matrimonial? Muchos psicólogos dicen que sí. Nuestros abuelos no tenían radio ni televisión, se alumbraban con velas, engendraban familiones enormes, y sin embargo nunca pensaban en el divorcio.

No obstante, las parejas jóvenes no necesitan volver a las velas de sebo y las lámparas de queroseno. Tienen en Cristo una fuente permanente e inagotable de vida, salud, dicha y satisfacción. Y con eso no caerán nunca en el aburrimiento, ni en la discordia ni en la infidelidad, y alejarán para siempre de su hogar el fantasma del divorcio.

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