Los cielos nocturnos por fin se abrieron. Hacía tres días que llovía, empapando los campos de la Pampa Argentina. Cuando se despejó el cielo, sobre el esmalte negro de la noche surgió esa magnífica constelación de los cielos australes llamada «La Cruz del Sur».
Aparicio Peralta, maduro campesino, se quitó el sombrero. Por los muchos años que tenía como seguidor de Cristo, saludó el emblema de Cristo y elevó una oración. Le pidió a Dios que salvara a su hijo Miguel, de veinte años de edad, al que acababa de sacar de la cárcel. Miguel dormía a su lado en la cabina del gastado camión.
Aparicio era un agricultor de la Pampa en Argentina. Como hombre sencillo que era, amante de la tierra, era también ingenuo y honrado. Pero Miguel, su hijo, era la oveja negra de la familia. Se había alejado del hogar siguiendo el camino de tantos jóvenes que sólo buscan la vida fácil y el placer sensual. La vida perdida que llevaba le había ocasionado varios encuentros con la ley. Fue así como Aparicio tuvo que ir a sacarlo de la cárcel.
Mientras regresaba a su casa en el viejo camión bajo la lluvia, acompañado del retoño dormido que no quería componerse, vio de pronto la rutilante cruz de los cielos. La constelación estelar arrancó de él una oración a favor de su hijo. Aparicio le pidió a Cristo que salvara al muchacho por la sangre que vertió en la cruz. Y el milagro, sencillo pero profundo, callado pero vibrante, se produjo. Cuando el joven salió del pesado sueño, era otra persona. La historia de veinte siglos de la iglesia cristiana, caracterizada por la proclamación del poderoso evangelio de Cristo, se había repetido, produciendo una vez más el milagro de salvación.
¿Cómo puede el joven salvarse de los vicios degradantes del alcohol, de la droga, del sexo ilícito y del juego? Sólo por medio de Jesucristo, Señor poderoso y viviente. ¿Cómo se componen los matrimonios a punto de deshacerse, o aun ya deshechos? También, sólo por medio de Cristo, Señor poderoso y viviente.
Cuando Cristo entra en la vida de quien lo invita, Él cambia ese corazón, y todo, de ese día en adelante, es nuevo. Jesucristo, en su poder sin igual, transforma el caos en justicia, salvación y paz. Mediante su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, Él libra del pecado a todo pecador que lo busca, arrancando de cada uno el pecado que lo destruye.
La cruz de Cristo es el emblema de una salvación grandiosa, perfecta y eterna. Cristo murió en nuestro lugar. Con su muerte compró nuestra salvación.