Sentido, emotivo y patético fue el funeral. La iglesia estaba llena de flores; los concurrentes, emocionados. El pastor oficiante se mostraba serio, pero con un rayo de luz en el rostro.
En el pasillo de la iglesia, una iglesia bautista, de Chicago, Estados Unidos, había seis pequeños féretros. Eran los féretros de los seis hijitos del pastor, el reverendo Duane Scott Willis, muertos en el incendio de un automóvil. Junto a él, serena y tranquila, se hallaba su esposa Janet.
El órgano emitió las notas de una melodía, y toda la congregación entonó el gran himno clásico cristiano: «Sublime gracia».
¿Es posible cantar en medio del dolor? Sí, lo es.
Este suceso conmovió a toda la ciudad de Chicago. En el trágico incendio de un microbús, murieron seis hijitos del pastor Willis. El mayor tenía trece años; los dos menores, mellicitos, sólo seis semanas. El fuego inesperado y brutal los abrasó en sus llamas, convirtiéndolos en una hoguera humana.
¿Cómo pudieron los padres sobreponerse al golpe? ¿Cómo pudieron permanecer de pie, serenos y tranquilos, mientras se oficiaba el funeral? ¿Cómo iban a poder, de ahí en adelante, seguir predicando acerca del amor de Dios y la fe triunfante en Jesucristo? Por el amor de Dios que tenían en el alma y la fe triunfante en Jesucristo que atesoraban en el corazón.
Es que estaban seguros de que no habían perdido a sus hijos para siempre. Sabían que el reino de los cielos le pertenece a los niños, tal como dijo Cristo. Y los que tienen esta fe se sobreponen a todas las tragedias y calamidades de la vida.
¿Es posible cantar en medio del dolor? Sí, con toda seguridad. Esto lo han atestiguado cristianos en el transcurso de los siglos. En medio de persecuciones, de catástrofes y de castigos crueles, los verdaderos cristianos han cantado alabanzas a Jesucristo. Han seguido el ejemplo del apóstol Pablo, que cantó a medianoche en la cárcel de la ciudad de Filipos después de haber sido azotado cruel e injustamente. Y con buena razón han citado las palabras del magno apóstol a los creyentes en Cristo de esa misma ciudad: «... Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21).
Es por la fe sincera en Cristo que vencemos el dolor. Es por la fe genuina en el evangelio de Cristo que nos sobreponemos a las tragedias de esta vida. Es por la fe en Dios que cantamos cuando las lágrimas corren por nuestras mejillas. Porque sabemos que nuestro Señor nos sostiene en medio del dolor.