La iglesia era muy antigua; su pastor, muy joven. Había sido una de las iglesias más bellas en su apariencia externa; ahora estaba en decadencia. Pero el pastor y su joven esposa creían que con pintura, con un martillo y con fe podrían restaurarla a su gloria pasada. Así que se pusieron a trabajar.
Para colmo de males, una tormenta azotó aquella región, y la iglesia no escapó a su furia. Un enorme pedazo de revoque mojado se desprendió de la pared interior detrás del altar. El pastor y su esposa barrieron el piso, pero no pudieron ocultar la antiestética irregularidad en la pared.
—¡Faltan sólo dos días para la Nochebuena! —exclamó la esposa del pastor.
Esa tarde la desanimada pareja asistió a una subasta en beneficio de un grupo de jóvenes. El subastador abrió una caja y sacó de allí un hermoso mantel de encaje de oro y de marfil, que tenía cinco metros de largo. Pocos hicieron ofertas por el mantel debido a lo poco práctico y anticuado que era. Pero de pronto el pastor tuvo una idea. Ofreció sólo seis dólares con cincuenta centavos e hizo suyo el magnífico mantel.
De vuelta a la iglesia, sujetó el mantel a la pared detrás del altar, logrando así tapar por completo el hueco antiestético.
Al mediodía de la Nochebuena, mientras abría la iglesia notó a una mujer pasando frío en el paradero de autobuses, así que alzó la voz y le dijo:
—El próximo autobús se demora otros cuarenta minutos, señora. ¿Por qué no entra a la iglesia un rato y aprovecha nuestro sistema de calefacción?
La mujer aceptó su atenta invitación y le contó que había viajado desde la ciudad esa mañana a ver si conseguía el puesto de niñera de una familia rica del pueblo, pero no la habían aceptado.
Cuando el pastor se levantó para arreglar el mantel en la pared, la mujer clavó los ojos en el fino encaje de oro y de marfil. Luego se acercó y lo frotó con los dedos.
—¡Es mío! —exclamó—. ¡Este es mi mantel para banquetes!
Y se lo comprobó al asombrado pastor mostrándole sus iniciales bordadas con monograma.
—Mi esposo me lo mandó a hacer en Bruselas. ¡No hay otro igual!
Dicho esto, la emocionada mujer le contó al pastor que ella era vienesa, que junto con su esposo se había opuesto a los nazis de Alemania y se les había aconsejado que abandonaran el país por separado. Fue así como su esposo la embarcó en un tren que iba para Suiza. Tan pronto como pudiera, él se reuniría con ella... pero jamás volvieron a verse. Posteriormente le informaron que él había muerto en un campo de concentración. El pastor procuró consolarla e insistió en que se llevara el mantel, pero ella rechazó la oferta y se fue.
Esa noche, después de la reunión, el relojero del pueblo se le acercó y le dijo extrañado que ese mantel era idéntico a uno que él le había mandado a hacer a su esposa en Viena. Cuando el pastor le contó lo sucedido al mediodía, el hombre exclamó:
—¡No lo puedo creer! ¡Mi esposa aún vive!
Con la ayuda de la familia rica que había entrevistado a la mujer, lograron ponerse en contacto con ella y salieron de inmediato a su encuentro. Esa noche realmente fue buena, pues fue testigo de un reencuentro extraordinario, tal como lo fue la primera Nochebuena, que presenció el trascendental reencuentro entre Dios y la humanidad perdida.