«Eran inocentes porque eran chicos....
»Corrían, jugaban, y sus risas eran inconscientes vibraciones de vida en los jardines.... Sentábanse... sobre el rústico banco de la glorieta, y él contaba historias que le habían leído, mientras jugaba con los deditos de su compañera atenta.
»Eran cuentos como todos los juegos infantiles, en que sucedían cosas fantásticas, en que había príncipes y princesitas que se amaban desesperadamente al través de un impedimento, hasta el episodio final, producido a tiempo para hacerlos felices, felices en un amor sin contrariedades....
»Ya tenía él el orgullo viril de ver colgada de sus palabras la atención de esa mujercita, digna de todos los altares. Y cuando su voz se empañaba de emoción al finalizar un cuento, se estrechaban cerca, muy cerca, en busca de felicidad....
»Estaban un día ajenos a todo. El cuento de la princesa rubia había puesto entre ellos la ascendencia de su fantasía. Ella se arrebujaba contra él desparramando en hilachas de oro sus bucles sobre el hombro amigo; él la había atraído lo más posible y besaba, como estampas sagradas, sus ojos, trémulos de promesas ignotas.»1
Así nos describe Ricardo Güiraldes, en su cuento titulado «Sexto», el primer amor con el que los más jóvenes sueñan y los menos jóvenes se identifican. ¡Qué bien logradas esas imágenes del muchacho que le cuenta historias a su atenta compañera «colgada de sus palabras» mientras juega con sus delicados dedos, y de «esa mujercita, digna de todos los altares», cuyos ojos él besa «como estampas sagradas»! No persiguen más que lo que parecen encontrar los protagonistas de sus cuentos fantásticos: el ser «felices en un amor sin contrariedades».
Este es uno de una colección de cuentos que Güiraldes comenzó a escribir en su adolescencia, pero terminó en París, lejos de su patria argentina, entre 1911 y 1912.2 Unos mil ochocientos años antes, el apóstol Juan había abordado el mismo tema del primer amor al escribirle a la Iglesia de Éfeso, desde donde había sido desterrado a la isla de Patmos. Allí, en el Apocalipsis, le escribió: «Tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor».3 Sin embargo, a diferencia de Güiraldes, el primer amor al que se refería San Juan no era físico sino espiritual. Era el amor que al principio los efesios le habían manifestado a su Señor y Salvador Jesucristo.
Al primer amor físico sólo podemos volver mediante remembranzas del ayer como las que evoca Güiraldes, porque en lo físico las dos partes han cambiado para siempre. En cambio, al primer amor espiritual sí podemos volver porque una de las dos partes, Dios, no ha cambiado en absoluto4 desde que primero lo amamos. Así como los efesios, sólo tenemos que arrepentirnos y amarlo como al principio.5 Dios nos espera con brazos abiertos, y quiere rodearnos estrechamente con los lazos de su amor eterno.6
1 | Ricardo Güiraldes, Cuentos de muerte y de sangre (Buenos Aires: Editorial Losada, 1978), pp. 111-112. |
2 | Ibíd., p. 11. |
3 | Ap 2:4 |
4 | Stg 1:17 |
5 | Ap 2:5 |
6 | Jer 31:3 |