(3er. sábado de septiembre: Día del Amor y de la Amistad en Colombia)
David Anders y Susan Goeppinger, jóvenes actores ambos, tenían el nerviosismo del estreno. Esa noche inauguraban la temporada con una obra titulada «¡Sí, lo prometo!» Es una obra que exalta el valor del matrimonio, y cuyo título incorpora la frase que se dicen, novio y novia, al hacerse sus votos. El estreno fue todo un éxito, y el público le dedicó a la pareja de actores un cerrado aplauso.
Inicialmente programada para presentarse seis semanas seguidas, esa obra teatral tiene la distinción de haber batido récord en la historia del teatro estadounidense por haberse representado en el mismo escenario con el mismo elenco estelar un total de siete mil seiscientas cuarenta y cinco veces en el transcurso de veintidós años ante más de 650 mil espectadores. Pero los protagonistas principales no sólo la representaron, sino que la vivieron. Pues David Anders y Susan Goeppinger, después de quinientas funciones en las que hacían las veces de esposo y esposa, se casaron en la vida real, convirtiendo también en realidad para ellos la promesa del amor perdurable. Tanto en el escenario del teatro como en la vida real, representaron lo que es un matrimonio estable, feliz y amoroso.
En la obra teatral, cuando el clérigo les preguntaba si estaban dispuestos a renunciar a los demás y a mantenerse fieles el uno al otro hasta que la muerte los separara, cada uno respondía: «Si, lo prometo.» Así también en la vida real se prometieron, y comenzaron a vivir, los mismos votos. Fidelidad en el teatro, y fidelidad en la vida real.
Los votos de amor en todo matrimonio deben ser perdurables. Las promesas de cariño deben ser inmutables. El pacto de fidelidad debe ser indestructible. Y el acuerdo «hasta que la muerte nos separe» debe ser sagrado.
Muchos matrimonios, lamentablemente, naufragan a los pocos años. ¿Cuál es el escollo que los hunde? El egoísmo, la rebeldía, el orgullo. Pero también es, tristemente, la infidelidad. Pues la infidelidad es el torpedo que abre una enorme brecha, a veces irreparable, en el casco del matrimonio.
Si bien es cierto que más o menos la mitad de todos los matrimonios se separan o se divorcian, no es porque haya ninguna ley que así lo determine. Al contrario, Jesucristo mismo, el Hijo de Dios, dijo respecto al matrimonio: «Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»1 Los responsables del fracaso de nuestro matrimonio somos nosotros, los que introducimos en él el microbio del orgullo y de la infidelidad, y lo destruimos.
¿Qué podemos hacer para tener un matrimonio feliz? Pedirle a Dios que nos ayude no sólo a serle fiel a Él sino también a nuestro cónyuge, hasta la muerte. Dios quiere y puede ayudarnos a lograrlo, de modo que disfrutemos de la relación conyugal estable y perdurable que diseñó para el bienestar de nuestro hogar.
1 | Mt 19:6; Mr 10:9 |