(Día de los Novios en Argentina)
Hay ciertos lugares en nuestra América Latina donde las jóvenes, antes de acostarse, se asoman a mirar la luna. Lo hacen durante nueve noches seguidas con la esperanza de enterarse cómo será su novio. Si durante una de esas noches sueñan con algún joven —creen ellas—, éste será su prometido.1
Si una de esas jóvenes hubiera vivido en la época de los patriarcas bíblicos y hubiera soñado con José, el hijo de Jacob y Raquel, habría vislumbrado como novio a un joven solidario con ella en materia de sueños. Esto se debe a que tal vez sea José el personaje histórico más identificado tanto con el tener sueños como con el interpretarlos. Primero sueña que está en el campo atando manojos con sus hermanos, y los manojos de éstos se inclinan delante del manojo de él, dando a entender que algún día gobernará sobre sus hermanos. Para rematar, luego sueña que el sol, la luna y once estrellas se inclinan ante él, ¡e ingenuamente les cuenta a sus once hermanos ese sueño también! Por eso ellos aborrecen al «soñador» de su hermano a tal grado que traman su muerte; pero luego deciden venderlo a unos mercaderes como si fuera un esclavo. Por último, es una serie de sueños lo que lleva a José a ser el segundo gobernante de Egipto después del faraón, sólo que esos sueños no los tiene él sino que los tienen otros, entre ellos el faraón. Pero es José quien los interpreta, y todos se cumplen al pie de la letra.2
Hay una lección muy valiosa que pueden aprender de José las jóvenes que sueñan acerca de su futuro novio: que lo que necesitamos no es saber más acerca del futuro, sino más acerca de Aquel que tiene el futuro en sus manos. Los sueños de José lo meten en problemas tan graves que cuando no pierde la vida, pierde la libertad. Pero en cada circunstancia adversa el libro de Génesis dice que «el Señor estaba con él». Y si «el Señor estaba con él», era porque él estaba con el Señor. Si nosotros, al igual que José, nos acercamos al Señor, Él podrá hacer acto de presencia en las decisiones de mayor importancia de nuestra vida. Vale mucho más el poder contar con la futura presencia de un Dios cuyo conocimiento no tiene límites que contar con un limitado conocimiento propio del futuro. Él sabe quién es el esposo que más le conviene a cada mujer. También sabe cuál es la compañera más adecuada para cada hombre. Sólo hace falta que le pidamos que sea el Señor de nuestra vida para que comience a dirigir nuestros pasos. Dejémonos de sueños y acerquémonos al Creador del diseño de nuestra existencia. Sólo así podremos experimentar con todos nuestros sentidos lo que quiso decir San Pablo con estas palabras: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman.»3
1 | Javier Ocampo López, Supersticiones y agüeros colombianos (Bogotá: El Áncora Editores, 1989), pp. 184-85. |
2 | Gn 37,39–41 |
3 | 1Co 2:9 |