«No hay quien no tenga algo bueno»

12 feb 2025
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Con relación al tema de la amistad, Blanche Zacharie de Baralt, en su obra titulada El Martí que yo conocí, describe con sumo afecto la manera como José Martí trataba no sólo a los amigos sino también a quienes los demás no consideraban dignos de tenerlos como amigos. Tal vez ninguna persona estaba mejor dotada para escribirlo, ya que ella llegó a ser no sólo una gran amiga de Martí sino también la primera mujer graduada en Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana antes de ser docente en la misma. He aquí su elocuente descripción del prócer conocido como el «Apóstol de la independencia cubana»:

«[Martí] poseía en grado sumo el arte de ganar amigos y de conservarlos.... No escatimó... sacrificios... para mantener siempre viva su llama.... Daba, sin tregua, su cariño, su inteligencia, su tiempo, su saber, su bolsa, enjuta con frecuencia [pero] jamás cerrada. Daba hasta dar en supremo holocausto su propia vida.

»Ninguno era tan alto y encumbrado que Martí no pudiese llegar a él, ni tan bajo y humilde que no supiera hacerse pequeñito y sencillo para hallar su nivel. Al llegar a una casa... hallaba una palabra amable para cada uno. Recordaba las personas que había visto una sola vez y las llamaba por su nombre; se interesaba en todos; los cautivaba con una sonrisa, con una mirada expresiva. Amaba a los niños, y los chicos tenían encanto con él.

»Poseía el arte de escuchar, cosa rara en el que tiene el don de la palabra.

»[Martí] sabía agradar haciendo que los demás se sintieran complacidos de sí mismos, y eso con perfecta naturalidad, sin adulación. “No hay quien no tenga algo bueno —decía—; falta saberlo descubrir.”

»... En las fiestas de la colonia, Martí solía sacar a las muchachas menos atractivas, las que no tenían compañero, y cuando María Mantilla le preguntó una vez por qué escogía para pasear por el salón o llevar al buffet las menos agraciadas, dijo Martí: “Sí, hijita, porque a [ellas] nadie les hace caso, y es deber de uno no dejarlas sentir su infelicidad”, y salía muy orgulloso con su pobre compañera», concluye Zacharie de Baralt.1

¡Qué triste que hasta hoy, en las fiestas en pleno siglo veintiuno a las que los jóvenes llevan a su novia o a alguna joven que les interesa sentimental o físicamente, haya tantos que le dan prioridad a la belleza exterior y no a la belleza interior del espíritu! En vez de pensar, como Martí, que «no hay quien no tenga algo bueno» y dedicarse a descubrirlo, cualquiera que sea su físico, cierran esa puerta de oportunidad para conocer a una persona del más alto calibre que bien pudiera ser una excepcional compañera futura y una maravillosa madre para sus hijos.

Más vale que cada uno de nosotros determinemos más bien seguir el mismo ejemplo que siguió Martí, el ejemplo de Dios nuestro Creador. Pues fue Él quien dijo: «La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón.»2


1 Blanche Zacharie de Baralt, El Martí que yo conocí, Centro de Estudios Martianos, 1980, pp. 6,23 <https://www.patrialibros.org/book/2229> En línea 6 septiembre 2024.
2 Gn 1:26-27; 1Sa 16:7 (NVI)
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